nadaNuevo 2 · Libro – catálogo resNou / nadaNuevo / nothingNew
Viajar ya no es lo que era. Ni tampoco el arte. Pese a todo, algunas especies dinámicas continúan en evolución. Viajar: sacarle partido al desplazamiento, al azar, a la necesidad y al silencio. Enaltecer la voluntad y elevar el ánimo por encima de la confusión. Depurar esencias. Transformar meras emociones personales en propuestas factibles para mentes perspicaces. Perturbar. En efecto, nada nuevo.
De lo que estamos tratando se tornó intenso en América, aunque tuvo un origen modesto a partir de un primer viaje dual a Murcia, a principios de los ochenta.
Cuatro de mayo de mil novecientos ochenta y siete. Maletas resistiéndose a un cierre definitivo. El nerviosismo propio de antes de un peregrinaje. Como un satélite fuera de control, Manuel no para de dar vueltas en torno al escenario de los preparativos. Da tumbos y revolotea al mismo tiempo. En cada mano trajina una máscara representando a sendos monstruos de pacotilla. Monstruo verde chillón y monstruo cetrino. Carnaval tardío.
Manuel: siete años, segundo hijo de L.P-M., tipo listo donde los haya; de armas tomar, por otra parte.
Sin soltar prenda, el chico levanta los brazos de forma insistente ofreciéndole al padre los caretos de goma. Doble ración de silencio. Dudas con respecto a la ofrenda. Insiste el niño redoblando aspavientos. Mímica patrimonial. ¡No es momento para juegos, Manuel! L.P-M., a duras penas gira el cuerpo a noventa, se tambalea un instante hasta recobrar la vertical, otros noventa grados en el mismo sentido y continúa con lo que estaba haciendo. Cierra maleta 1, abre maleta 2, comprueba ciertos volúmenes reticentes, saca camisa, mete camisa, pliega y repliega pantalón, cuenta calcetines. Toalla quizás no haga falta: aligerar. El follón de siempre. ¿Dónde están los cables de la cámara de video? ¿Cuántos carretes he metido y cuantos dejo fuera para llevar en la bolsa de mano? Vuelve a separar lo ensamblado hasta ahora y re-cuenta carretes. ¿Y el 24? ¡Dónde coño he puesto el angular!
Ocho de la mañana del cinco de mayo. Tal y cómo habíamos acordado por teléfono la noche anterior, aparezco en casa de L.P-M. para echarle un cabo con las decisiones de última hora. Acabo de llegar de Palma de Mallorca. Del aeropuerto vengo y al aeropuerto volveremos juntos a la una del mediodía. Nuestro vuelo a NY sale a la tres y media de la tarde. Tomamos un desayuno improvisado. (En aquella mesa siempre hay restos de otros desayunos.) Mientras, observamos la posibilidad de anotar algunas especulaciones con respecto a un próximo recorrido de costa a costa. Bolígrafos, notas inconexas y el supuesto cuaderno oficial que no aparece. ¡Muy importante el mechero!o, se desvía L.P-M. ¿Qué tendrá que ver el mechero en todo esto?
¿Sabes? –vuelve a cambiar de tema-, Manuel me ha regalado dos máscaras para el viaje. De repente me pareció que podrían sernos útiles.
Al día siguiente.
New York puede llegar a convertirse en la ilusión creativa de todo aquel que maneja una cámara con ciertas pretensiones. Para nosotros fue así, pero sólo durante el tránsito de ida y en los días anteriores a la partida. Paradojas de la creación, en ocasiones el mito no casa las intenciones. Contemplar aquella ciudad y sus alrededores a través del visor de la cámara desde todas las perspectivas posibles, produjo en nuestro entusiasmo aborigen un efecto contradictorio, nunca antes identificado. La extraña sensación de haber visto –vivido- anteriormente todos los enfoques que íbamos programando en los distintos recorridos, frustró durante dos semanas nuestro apetito gráfico. Pesa en exceso la cultura imperialista de la imagen a la que hemos estado y seguimos estando sometidos.
Chicago. Hotel Marriot. Catorce de mayo. ¿Recuerdas lo que te dije antes de partir acerca de las máscaras de Manuel; por qué no probamos en el desayuno?
El comedor estaba hasta la bandera. Ejecutivos de todas las razas. Un congreso médico mundial. Con su cojera extrema, Luis intentaba abrirse camino, y yo apartándole toda suerte de elementos interpuestos, para que no tropezara con ninguno. Las cámaras al hombro; las caretas caladas hasta tuétano. Al vernos aparecer de aquella guisa, contra todo pronóstico la gente comenzó a interesarse por nosotros. Se partían de la risa algunos. Nos invitaban otros a su mesa. Nos ofrecían cigarrillos, bollos, lo que mejor tenían a mano. Conversaban con nosotros durante el recorrido interior.
¡Hostia, funcionan!, me gritó cuando alcanzamos el centro del salón.
Años después, el doctor Yoshikazu Yonei y su esposa, de
Kawasaki, Japón, continúan escribiéndonos para hacernos partícipes de eventos familiares significantes.
Cogiendo el toro por los cuernos, acabábamos de inciar ResNou (nadaNUEVO1), sin saber aún de qué iría todo aquello. Por de pronto, el vencimiento de la apatía y una permuta significativa de la decepción inicial por deseo, comenzaron a sonar bien. ResNou es la síntesis de ese largo viaje por los Estados Unidos y el norte de Méjico. De Chicago a Tijuana, Rosarito, Ensenada. De Massachusetts a San Francisco. New York, Los Ángeles, Milwaukee, Salt Lake City, Las Vegas, Houston. Illinois, Utah, Nevada, New México. Indio, Lucia, Monterrey, Palm Springs, Palisades, Bryce Canyon, Monument Valley, La Jolla Beach. También comporta Resnou un vasto proyecto expositivo, que tuvo lugar en Sa Llonja (Palma de Mallorca) en abril de mil novecientos ochenta y nueve, del que se conserva un contundente documento impreso. Desde fuera, de Estados Unidos tuvieron que venir esas dos mujeres, Trudy Wilner Stack (Birmingham, Alabama) y Alisa Tager (New York), para que resNou pudiera tener una segunda oportunidad: “Live the Balcoy Open”, Fundació La Caixa, Barcelona, mil novecientos noventa y dos. En efecto, nada nuevo.
A esta gran travesía le habían precedido y le siguieron otras y de todas ellas sacamos partido. Básicamente, producto interior. Secreto. Marruecos, Túnez, Argelia, Egipto, Mali, RD Congo, Gambia. Méjico, Brasil, Cuba y Canadá frustrado. Italia, Alemania, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal, Dinamarca, Suiza. Tailandia, Japón. Castilla + Castilla,
Viajar ya no es lo que era. Ni tampoco el arte. Pese a todo, algunas especies dinámicas continúan en evolución. Viajar: sacarle partido al desplazamiento, al azar, a la necesidad y al silencio. Enaltecer la voluntad y elevar el ánimo por encima de la confusión. Depurar esencias. Transformar meras emociones personales en propuestas factibles para mentes perspicaces. Perturbar. En efecto, nada nuevo.
De lo que estamos tratando se tornó intenso en América, aunque tuvo un origen modesto a partir de un primer viaje dual a Murcia, a principios de los ochenta.
Cuatro de mayo de mil novecientos ochenta y siete. Maletas resistiéndose a un cierre definitivo. El nerviosismo propio de antes de un peregrinaje. Como un satélite fuera de control, Manuel no para de dar vueltas en torno al escenario de los preparativos. Da tumbos y revolotea al mismo tiempo. En cada mano trajina una máscara representando a sendos monstruos de pacotilla. Monstruo verde chillón y monstruo cetrino. Carnaval tardío.