Un flechazo en toda regla. (No hablamos de amor convencional entre individuos.) Nos habíamos descubierto mutuamente despistando ejemplares de la misma publicación y en la misma librería. ¡Mi libro! ¡Su libro!. En efecto, se trataba del catálogo de la exposición en la Biblioteca Nacional; exposición de la que acababa de disfrutar hacía tan sólo unos minutos. Me di cuenta al instante de ante quién estaba, al reconocer su retrato a toda página en la contraportada. Paradoja conceptual como pocas: él sosteniendo un libro en el que aparecía él mismo fotografiado sosteniendo ese mismo libro; el libro con el que estábamos pecando. Un doce de febrero de hace dos décadas y media. Las miradas cruzadas y cierta extrañeza ante el recíproco hallazgo.
Con el cuerpo del delito a medio camino entre las manos y el macuto, me soltó, de frente, sin mediar presentación: mira, resulta que en el Ministerio son unos rácanos y a estas alturas de la vida no me encuentro preparado mentalmente como para tener que sufragar mis propios libros. Con los que me han dado no tengo ni para empezar, de modo que cada día hago este paseillo y con ello me voy haciendo un rinconcito. Más que nada, para el futuro. Lo del arte es muy duro, imagino que lo sabes, hay que ir por ahí siempre con el carnet de identidad en la boca. Si uno no espabila…
Acabamos la faena y, de ahí, nos dirigimos a la cafetería. Le conté lo hechizado que me había quedado al ver la muestra y las sorprendentes coincidencias temáticas y de concepto que se daban en el trabajo de ambos. ¡Tengo fotos idénticas a las tuyas!; no me había sucedido nunca nada parecido: encontrar a alguien que no conoces de nada y con el que tienes tanta afinidad. Y era cierto; lo pude comprobar más tarde, cuando fui a Mallorca un mes después, invitado por él.
Aquel día comenzó una amistad férrea. Nuestros vínculos se consolidaron con el tiempo y se fueron yuxtaponiendo necesidades e ilusión. Sin perder jamás la idiosincrasia de cada uno.
Revolviendo aleatoriamente entre aquellos montones con miles de fotos depositadas en sus mesas corridas, me di cuenta de que el tipo se dedicaba a estrangular gente importante por el mundo; concretamente estrangulaba artistas situados. Aquello me puso realmente en órbita.
Descubrí con una satisfacción enorme que retrataba a algunas personas agarrándolas de cuello o de la barbilla, enmarcándoles la cara para presentarlos al espectador de forma contundente, como queriendo dejar patente a un mundo dormido que la fotografía, el arte, no es oficio para funcionarios ni cagones.
Al descubrir todo ese trabajo desperdigado por entre su vasta obra, le pregunté que porqué lo hacía. En un primer momento, no supo qué contestar. Él es muy intuitivo y se mueve por impulsos, por corazonadas. Sin aparente sofisticación intelectual, lo cierto es que da siempre en el clavo; sabe lo que hay que decir.
Aunque me diera cuenta de que su manera de entender e interpretar el mundo y las relaciones humanas era muy específica, quise preguntarle porqué lo hacía de una forma tan cruda. En lo nuestro, no hay que andarse con contemplaciones, me contestó, de otro modo, aquellos que pudieran seguirte se despistan. En ocasiones, no sé exactamente lo que busco; lo que sí puedo jurarte es que siempre he sabido muy bien lo que no quiero para mí en arte.
Duplex es la conjunción de dos cabezas que trabajan con objetivos en muchas ocasiones cáusticos. Es el zig-zag sin marcha atrás de un código perturbador, que no contempla la relajación vulgar. Andar con cien ojos en todo momento es ir en la dirección ajustada.
Duplex es la representación de un estado muy característico de agitación, frente a las más inauditas actitudes particulares o comunitarias que se dan en el mundo. Copla vanguardista de oposición aguda al gregarismo, a la repetición de esquemas trasnochados y mensajes evidentes.
Funcionamos en paralelo, aunque enfrentados siempre, buscando saber qué coño hay dentro del otro, si líneas, perfiles, márgenes, simple luz o descalabros morfológicos. Ahondando en la parte oscura del arte y de la humanidad, enfrentándonos con armas a la comodidad malsana del grupo. Partiendo de un continuo soñar sueños despiertos, cargados de incógnitas sin solución.
A los que me preguntan, incluso de buena fe, que porqué hago eso o aquello, o porqué lo llevo a cabo en esa forma y no en la que a ellos les resultaría más llevadera, les respondo indefectiblemente que para que continúen preguntándose porqué. En ese vacío, en ese eco, en esa espera infinita estriba la verdadera clave de la creación; para resolver cuestiones mensurables ya existen otros oficios y materias más ajustadas.