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Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Sebastià_2020
20 November 2020

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Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Sebastià_2020
20 November 2020

20 November 2020
Leyendo mi discurso de investidura
| Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Sebastià

Discurso de aceptación del título de Académico de la Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Sebastià de les Illes Balears.

Título:

Hubo un tiempo en que creí que el Arte era mi casa

Antes de sumergirme en este procedimiento escolástico, quisiera precisar que me hubiera sido mucho más cómodo hablarles, sin ir más lejos, de mi admiración congénita por el Maestro dell’Osservanza; trazar una acalorada defensa sobre la tan discutida utilización de la cámara oscura en la obra de Johannes Vermeer; o situarles ante la primera instalación escultórica de la historia, en la Cueva de Bruniquel, al sur de Francia, elaborada a conciencia por los Neanderthales hace 175.000 años.

Pero, para ser honesto, mi discurso de hoy versará sobre aquella zona de mi trabajo que no se ve y que en ocasiones tampoco se intuye. Les hablaré sobre fundamentos estructurales, porque no todo en arte está vinculado o proviene de la exaltación del yo, la inspiración bucólica, el ímpetu gestual o los devaneos atribuidos al influjo de fuerzas misteriosas. Hay mucho más donde profundizar: las firmes creencias, la investigación y el estudio concienzudos, la estructuración metódica de las ideas y la organización sistemática de los procesos de trabajo. El ejemplo más claro lo encontramos en el cine. ¡Cuánta programación, cuánto método, cuánta estructuración, precisamente para expresar lo sublime de las emociones!

En el pasado me negué por precepto a desvelar las claves de mi trabajo. Con el paso de los años, he ido descubriendo que no estaba en lo cierto y que, al mismo tiempo, lo estaba hasta la médula. ¿Contradicción? No exactamente, porque mi trabajo se ha movido de manera invariable en la confluencia de mundos diferentes, en tierra de nadie e, incluso, en “territorio vacío”. Un concepto expresado en el siglo XIX por el explorador Charles Montagu Doughty en su magnífico libro Arabia Deserta. Complicados escenarios, en los que resulta muy difícil nadar y guardar la ropa.

En este sentido, me impuse un cambio de disposición y me puse a trabajar dentro de una atmósfera de acercamiento al público, precisamente para situar mi obra en un contexto de comunicación mucho más equilibrado.

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Antes de entrar definitivamente en argumento, quisiera señalarles que he aceptado ser miembro de esta histórica institución, por tres motivos fundamentales:

Primer motivo: Especifica el refrán castellano que “es de bien nacido ser agradecido” y, a hilo de esta sentencia, les quiero expresar sin ambages que me siento profundamente satisfecho al recibir este honor. Y que, a partir de mañana, me sentaré junto a ustedes a compartir y a deliberar sobre cualquier tema relacionado con la creatividad y sus consecuencias.

Segundo motivo: A propósito de la última frase del primero y focalizando sobre un académico en particular, he aceptado mi nombramiento para poder sentarme en nuestros concilios al lado de mi entrañable y admirado amigo Pere Joan, de modo imaginario cogido de su mano y, a poder ser, con los pies colgando de la silla y meciendo las piernas al unísono durante las sesiones. Porque, al contrario de lo que pueda pensarse, si bien en líneas generales tendemos a aumentar en sabiduría, con el paso de los años también es cierto que nos volvemos mucho más sobrios en el terreno de la imaginación, de la utopía, del delirio bucólico con el que comenzamos a andar… Evidentemente, señoras y señores académicos, no me verán ustedes sentado junto al académico Pere Joan de la manita, pero sí tendré bien presente esta posibilidad de ficción romántica, emotiva, en todas nuestras reuniones colegiadas… precisamente para significar que una gran parte del arte actual se complica de manera innecesaria, a partir de una embarazosa fusión de prácticas tan formales como recurrentes.

Tercer y último motivo: Me gustaría entender con conocimiento de causa, cómo una institución de las características de la nuestra es tan poco conocida dentro de nuestra sociedad local y autonómica, no hablo ya de traspasar fronteras. ¿Por qué no transmite al exterior un poco más de energía y actualidad? Les pondré un sencillo ejemplo, que ha sucedido, sin ir más lejos, con este nombramiento. Al mandar la información a mis amigos y conocidos, la inmensa mayoría gente bien formada, tan solo cuatro o cinco supieron de que les hablaba; el resto, unas treinta o treinta y cinco personas, me felicitaron porque la ciudad de San Sebastián me hubiera concedido tal distinción.

En definitiva, no quisiera haber recibido este sugestiva credencial, únicamente para lucirla con cierto orgullo a la manera de Patricio Mbiá, aquel peón guineano, descubridor efectivo de Copito de Nieve, al que le obsequiaron desde Barcelona con un ostentoso abrigo de lana, solicitado por él al saber que podía elegir el obsequio. Un abrigo que paseó sobre sus espaldas con no poco júbilo durante meses por las calles de Bata, a treinta y ocho grados, perdiendo con aquella locura transitoria la consideración de sus conciudadanos, además del empleo en el zoológico catalán.

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Por otra parte, me gustaría dedicar este acto a mi padre, Sebastián Socías Riusech, desaparecido hace casi 39 años. Mi padre murió muy joven y, en contra de sus sólidos principios y de su proyección de futuro para mí, me rescató de un naufragio anunciado en la Facultad de Biología, para entregarme de forma enérgica y decidida en manos del arte. Sin apenas fuerzas, compró dos pasajes de avión y tiró de mí plantándome en la academia del profesor Miquel Barneda, en la calle Bailén de Barcelona, quien me preparó a conciencia para ingresar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi.

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>>>>>> Después de este preámbulo y, como les dije al inicio, quisiera presentarles a continuación el verdadero esqueleto de mi trabajo:

  1. Estoy aquí y me pasa esto.

Me considero un tipo solitario, tímido –excepto al volante- y en ocasiones vergonzoso. Alguien al que le cuesta –más bien le da pereza- hablar y relacionarse con los otros de manera cotidiana, especialmente cuando somos más de dos en una cita.

Y, para que lo comprendan en su justa medida, me gustaría susurrarles al oído que viví gran parte de mi infancia cristiana en pecado. Arrodillarme para la confesión entre las piernas de aquellos hombres tan bien alimentados, sudorosos incluso en invierno, a los que a menudo el hábito les exhalaba esa esencia masculina, propia de los mamíferos ancestrales, se me hacía muy cuesta arriba. Y… también… porque me daba pánico la parte litúrgica -y al mismo tiempo folclórica- de la Eucaristía. Me refiero a tener que desfilar en esa interminable procesión hasta el altar, en la que un cabizbajo como yo quedaba expuesto a las miradas escrutadoras de la bancada.

¿Por qué les explico todo esto? Pues… porque las rodillas receptivas pero sobre todo aquellas sotanas, con su gran oquedad de acogida, sus pliegues y las manchas del desayuno en las mañanas de domingo, me retrotraen a otra época de mi vida, específicamente relacionada con el acto que estamos llevando a cabo aquí y ahora: la exaltación y el acatamiento de las Bellas Artes.

Aunque a 25 de noviembre de 2020 pueda considerarse inverosímil, mi generación académica tuvo que bregar con asignaturas tan estrambóticas hoy día, señoras y señores, como “Dibujo del Antiguo y Ropajes” o “Liturgia y Cultura Cristianas”.

No obstante, todo aquel bagaje decimonónico me llevó a comprender años más tarde, de forma argumentada y nomológica, algo tan corriente ahora como es el universo digital. Más adelante ahondaré en este particular.

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Hago un inciso: “Nomología”, un término descatalogado en la mayoría de diccionarios, es la ciencia de las leyes y de su interpretación. Un magnífico y olvidado compendio sobre el modo de establecer reglas, preceptos o principios en alguna facultad, ciencia o arte.

  1. Una declaración de principios.

Cierta confusión generalizada nos conduce a creer que el estilo de un artista es la repetición perpetuada -o estacional- de sus maneras visibles; la normalización de una serie de patrones que, en consecuencia, lo conducen a diferenciarse del resto de los creadores. Por el contrario, en Casa Socías el estilo ha tenido durante muchos años un significado bien distinto. Se trata de un conjunto de procedimientos, en apariencia distintos… o distantes, aunque bajo el paraguas de una línea argumental totalmente vinculada y coherente, cimentada en la investigación, el tratamiento del absurdo, la biodiversidad, la perturbación, la ingravidez y la negación. Me explicaré un poco más:

INVESTIGACIÓN. Mi amigo Rafael Alomar, astrofísico de formación, desgraciadamente desaparecido hace unos años, fue quien me hizo ver que el arte se reconcentra en exceso, se torna críptico, si no consigue adentrase conceptualmente en otros territorios, más allá de sus endogámicas fronteras. En este sentido la Estructura de las Revoluciones Científicas, de Thomas Kuhn, ha sido durante muchos años uno de mis libros de cabecera. Una obra estratégicamente valiosa, que me ayudó a comprender y a cultivar los cambios de paradigma, la competencia entre los distintos modelos y cánones a seguir, la estrategia y las mudanzas de estrategia, la coherencia y la incoherencia… la trascendencia de las anomalías y los cambios de sentido dentro de los procesos, ya sean científicos, artísticos o estrictamente filosóficos. Una obra que legué con toda la intención del mundo a mi hijo Lluís, el día en que se fue a Madagascar para iniciar su tesis doctoral.

ABSURDO. Según Albert Camus, el absurdo “nace siempre de una comparación entre dos o varios términos desproporcionados, antinómicos o contradictorios”.

Un mundo falto de sentido nos convierte en seres absurdos, y lo que nos arrastra a buscarle significado es la continua experiencia abstracta que tenemos de él. Personalmente, busco con insistencia significar mi propia experiencia, precisamente para darle el sentido. Estoy convencido de que el absurdo en sí mismo no existe y, aun así, me lo reinvento diariamente para poder aceptarme y para poder aceptar a todos lo que me rodean, tal y como son.

La BIODIVERSIDAD se utiliza casi con exclusividad en el campo de la biología. A pesar de ello, no he tenido ningún reparo a la hora de apropiarme este concepto, trazando un paralelismo evidente con la variedad de mis propuestas creativas a lo largo de los años… y su interrelación vocacionalmente sistemática. Metáfora en parte, lógicamente; lenguaje figurado, también, pero con una finalidad muy clara a la hora de explicar el auténtico valor de una multiplicidad, fruto de la más absoluta promiscuidad entre los distintos procesos que he manejado, más allá de las técnicas.

PERTURBACIÓN. Necesidad intrínseca de cocinar una densa mezcla de turbulencia y estupefacción y de adoptarla como forma de expresión subyacente. Para abordar con garantías la belleza en toda su amplitud, necesito asociarme con el desasosiego, la turbación, la incomodidad, el desconcierto, la ironía, el desajuste e incluso la incertidumbre. Toda una revuelta interior, que transita paralela al devenir de un mundo tan escandaloso como fascinante en lo tocante a lo humano, y que me mantiene en continuo estado de alerta, pasmo y estupefacción.

INGRAVIDEZ. Descontextualizar las propuestas de su entorno acomodaticio y los objetos de sus ubicaciones más frecuentes, para darles fluidez al desvincularlas de su atavismo cerebral. Lo imperativo en arte debería pasar inexcusablemente por no ofrecer al espectador todo aquello que quiere ver, oír y sentir.

NEGACIÓN. En los últimos tiempos, vengo constatando un significativo cambio de rumbo, dado que gran parte de la creación contemporánea se ha instalado en formas de expresión muy inmediatas, mucho más propias del periodismo, de la emergencia específica de las ONG,s y los movimientos sociales, del archivismo militante o de las credenciales propias del cine documental al uso. ¿Quiero decir con esto que estoy en contra del arte contemporáneo? Cómo voy a estarlo, si yo soy arte contemporáneo. Sólo quiero exponerles con este argumento que, sin apenas darnos cuenta, estamos asistiendo impávidos al paso de un arte históricamente connotativo hacia otro básicamente denotativo. Y quisiera decirles al respecto, que estamos perdiendo el verdadero peso específico del arte desde sus orígenes; estamos perdiendo el enigma atávico, el jeroglífico patrimonial, su clandestinidad conceptual e incluso la magia.

Negar, esconder… para mostrar.

  1. Hubo un tiempo en que creí que el Arte era mi casa.

Especulo con la posibilidad de que, en el transcurso de las últimas décadas, el arte se haya ido convirtiendo paulatinamente en una especie de Desierto. Uno de los desiertos más concurridos que podamos imaginar, con todo lo que esta paradoja conlleva.

Para entender el trasfondo de mi creencia acerca de este nueva figura, debemos tener antes la firme voluntad de querer trazar una contundente línea divisoria entre lo que algunos entusiastas llaman y valoran todavía como “arte” y su actual proyección antagonista, el “mundo del arte”, que considero un subproducto de gestión, creación distorsionada y comunicación retórica, que ha acabado por adueñarse del noble oficio de la elaboración sublime. Porque precisamente esa clara disección, esa rotunda frontera ha sido el motor, el caldo de cultivo y al mismo tiempo la tesis documentada para el desarrollo de muchos de mis procesos de trabajo a partir de aquella fecha.

  1. En la confusión de la mentes.

Del siglo XX hacia atrás, se relacionaba la confusión severa con un estricto infortunio personal, con el amargo bagaje de ciertos individuos extraviados o bohemios en exceso, y con el destino fatal de gentes afectadas por algún mal psiquiátrico. En el siglo XXI el asunto se ha tornado mucho más complejo, porque la confusión se ha infiltrado en todas las esferas de la sociedad y, como consecuencia, afecta ya a todo tipo de individuos.

A la sempiterna explotación del hombre por el hombre, tenemos que añadir ahora una pésima gestión económica mundial y de recursos, una política cobarde de norte a sur y de este a oeste, los excesos de la comunicación, las mentiras de la aldea global, la apoteosis de las prisas y la velocidad o la necesidad perentoria de un posicionamiento social, entre otros muchos factores. Esta olla a presión ha acabado por enfermarnos definitivamente, sumiéndonos en una tempestad psíquica de difícil pronóstico.

Evidentemente, este conjunto de contingencias nos plantea la visión y el desarrollo de un arte en agonía, por muchos y muy diversos motivos. Nos encontramos ante un síndrome estructural, perfilado mayoritariamente por el cansancio y la indiferencia del sector, la total ausencia de puntería y un desasosiego peormente disimulado. Pese a todo, el difuso Sistema del arte intenta dotarse a duras penas de sentido y significación, otorgando una cierta paz bronquial a sus más directos implicados, tanto a aquellos que tienen la sartén por el mango como a aquellos otros que todavía no han caído del guindo o que prefieren mirar para otro lado.

Tras una exhaustiva inmersión en las tecnologías digitales, decidí bajarme del “tren de alta velocidad” para volver la ejecución lenta y sosegada. Utilizando los materiales más humildes, comencé a trabajar en una profusa arqueología íntima, datada en un futuro no muy lejano, lo que me permitió reconstruir todo mi sistema clásico del tiempo en horas, minutos y segundos.

  1. Acerca del silencio y la paciencia.

Milito ahora por convicción en estas dos substancias patrimoniales: silencio y paciencia. Gracias a ellas, he aterrizado de nuevo en una planicie relajante, de la que tuve que emigrar hace años por necesidades de un guion global. De la mano de la Arqueología de la Confusión, me re-instalé muy pronto en la pintura estableciéndome en ella, con el objetivo de hurgar en sus incógnitas más profundas.

Caminando hace unos años de madrugada por las calles de Santiago de Compostela, mi amigo Basilio Baltasar me dijo con timbre de responsabilidad y lucidez que “el furor callado y secreto de todo artista es pintar la bóveda del cielo”.

No recuerdo haberme planteado nunca una misión del tal envergadura cosmogónica, pero sí puedo decirles que he sentido una conmovedora tensión dramática en mi retorno a la pintura.

Descubro a finales de 2011 que la pintura es la herramienta perfecta para fomentar el enigma absoluto y, al mismo tiempo, el camino idóneo para mantenerme al margen de ciertas trivializaciones contemporáneas. Gradualmente, voy esclareciendo cómo la verdad del arte retorna al mundo, cómo brota, resurge y elabora todas las leyes de la existencia. Trazo a trazo, pincelada a pincelada y disfrutando a conciencia del paso de cada minuto, he conseguido incluso desinhibirme del motivo a representar, para adentrarme en un terreno nuevo, donde las sensaciones del propio acto iniciático de pintar se entrelazan con el origen del universo y la memoria de especie.

Sin dejar de lado todo lo bueno que he aprendido y aprendo de mis coetáneos, he vuelto a estudiar con más obstinación si cabe a los grandes maestros de la pintura. Y, a partir de esta simbiosis de tiempos y visiones distintas, me planteo restaurar humildemente pero con firmeza una imagen del mundo, basada en las convicciones fundamentales del ser humano.

Hagamos por un instante el virtuoso ejercicio de equiparar la solemnidad de la pintura con el efecto envolvente de lo sagrado. “Sagrado” no tenemos porqué asociarlo necesariamente a religioso, pero sí al concepto de “trascendencia” en el arte, con sus aspectos mitológico, simbólico y metafísico. De esta forma, lograremos nuevamente vislumbrar el Origen del Universo, con la Presencia de un poder mental sobre la vida y la muerte y, lógicamente, nuestro Destino.

  1. Antes de nada, salvemos nuestras mentes o La comodidad puede matar.

En los últimos tiempos, hemos tenido que asistir estupefactos a una constante e irresponsable campaña publicitaria global utilizando el cambio climático como moneda de cambio. Aparte de embaucarnos tautológicamente en su propia expresión enfática y persuasiva, el entramado comercial la utiliza diariamente para vender coches, publicitar bancos y conglomerados financieros o para promocionar cruceros “de ensueño”. Indudables evidencias de un sistema tan caduco como desastroso.

Les mentiría si dijera que soy optimista con respecto al mundo que vivimos, porque no veo esa tradicional y esperanzadora luz al final de un túnel. No obstante, la idea de un camino hacia la destrucción, que desde muy joven he tenido bien presente, contrariamente a lo que pueda imaginarse, en mi caso no viene acompañada de depresión, impotencia ni pesadumbre o sufrimiento. Para un operario de primera línea como yo, la imagen del desierto, de la catástrofe instalada en nuestras vidas, de la emergencia hecha realidad, la idea de un mañana especialmente incómodo es puro gozo en la estética de lo más profundo.

  1. ¿Alguien dijo que la fotografía era una práctica sencilla?

Si el dibujo ha significado a lo largo de la historia estructura, esbozo, apunte, boceto, croquis, diseño o esquema, para mí la fotografía significa exactamente dibujo. Por este motivo he almacenado tan pocos blocs de dibujo. Utilizo la cámara fotográfica como si de un grafito o un buril se tratara, precisamente para dibujar en blanco y negro las ideas sobre el sistema límbico de mi cerebro, o en incisión pura sobre el hueso de mi bóveda craneal.

Cómo olvidarse de la fotografía a partir de la fotografía: Utilizándola, pues, en su estado más puro a modo de reducto anímico. Seguramente sonará aparatoso si digo que he ido durante mucho tiempo tras la fotografía mística, como práctica absoluta de reflexión contemplativa.

¿Cómo llegué hasta este punto? Muy sencillo, utilizando la cámara sin película y, hoy día, practicándola sin tarjeta de memoria dentro del dispositivo. Tan elemental como dejar fluir la mente a través del visor de la cámara. De esta forma, he conseguido desvincularme drásticamente de los resultados, siempre esclavos de la ansiedad, y de los parámetros técnicos o de las ataduras de la comunicación.

Hace unos años, me invitaron a dar un curso sobre fotografía contemporánea en la Universidad de Verano de El Escorial y se me ocurrió poner en práctica esta posibilidad metafísica de nuevo cuño… para ampliar fronteras. Craso error por mi parte, al intentar predicar en un mundo especialmente competitivo y técnico, donde los resultados, al margen de cualquier filosofía, son la moneda de cambio más común. Las consecuencias fueron desastrosas y algunos alumnos pidieron incluso el reembolso de sus matrículas, por entender que el profesor no quería trabajar en lo que ellos -el mundo- concibe específicamente como fotografía.

  1. La revolución digital o Personajes meditando sobre la locura.

Les hablaba de que, con el paso de los años, todo aquel bagaje decimonónico de la antigua Escuela de Bellas Artes me llevó a comprender, de forma argumentada y nomológica, la mecánica y el trasfondo del universo digital, quería expresar que este hecho, por sí mismo, pasó a ser mi propia “revolución digital”.

Al iniciar la nueva andadura, nada más franquear la línea entre la fotografía analógica y la actual, comencé a tener ciertos problemas técnicos de envergadura, que me remitieron de nuevo y muy a “La Estructura de las Revoluciones Científicas” y, consecuentemente, al significado y el alcance de los cambios de paradigma.

Vayamos directamente a la problemática: Si los negativos fotográficos eran de buena calidad, había positivado siempre imágenes grandes y nítidas. Sin embargo, al entrar de lleno en la era digital, surgió una paradoja decepcionante: a pesar de sus nuevas técnicas, aparentemente asombrosas, la recién estrenada fotografía no me permitía positivarlas a un tamaño mayor de 30 x 40 cm. A partir de ahí, tuve que inventar un sistema extremadamente laborioso que, a la manera de Pieter Jansz Saenredam, el pintor flamenco de iglesias y catedrales, me llevó a tejer una cuadrícula formada por hilos ficticios frente al objetivo de la cámara, mediante la cual integraba mental y fotográficamente los distintos fragmentos de una hipotética imagen final de mayores dimensiones.

Para que lo entiendan mejor: en una de las 13 imágenes de la serie Personajes meditando sobre la locura, en una sola, llegué a acoplar hasta 75 fotografías subordinadas. Un reto técnico que, que hasta la fecha, no hubiera podido ni imaginar, dadas las supuestas posibilidades infinitas de la computación. Durante este insondable proceso de inmersión informática, pude descubrir entre los píxeles perspectivas de conducta personal en el cuerpo a cuerpo con mis semejantes. Al mismo tiempo, hallé también un claro paralelismo entre el arte y la mecánica cuántica, donde quarks, leptones y cuerdas hacían de las suyas, ante mi estupefacción matemática.

Tengo que decirles que no existía todavía software fiable para llevar a cabo este trabajo, ya que debía unir manualmente en ocasiones 4 ó 5 filas horizontales, una debajo de otra, con 13, 14 ó 15 disparos cada una.

Por último, debería lograr la unificación de las tonalidades en las intersecciones críticas, allí donde la fotografía digital distorsionaba el color en los bordes de cada imagen o en los cambios drásticos de color o de tono. Y es precisamente en este punto donde entran en juego valores artísticos fundamentales, como el claroscuro, la importancia de la interacción del color con su entorno y la ponderación general o sectorial de la luz, entre muchos otros. Situaciones pictóricas en las que, las nuevas tecnologías, cojeaban de forma vergonzante hasta la fecha. Fue de este modo, aplicando mi experiencia en las Bellas Artes, como conseguí amainar una tormenta de píxeles, estrictamente contemporánea debido a su contexto, pero básicamente tradicional por su representación i motivación intrínseca.

  1. El azar y la necesidad.

Quien planteó con dominio esta dicotomía en 1970 fue el Premio Nobel de Fisiología y Medicina Jacques Lucien Monod. Su libro El Azar y la Necesidad,  un ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, cayó en mis manos a los diecinueve años. Rápidamente me impuse adaptar su forma de entender la ciencia a mi quehacer artístico.

A lo largo de los años, me he servido reiteradamente del azar y lo he utilizado como un gran aliado, a modo de incógnita provocadora. En el otro lado de la balanza, la necesidad ha actuado y actúa siempre como contrapunto.

Nos dice Monod que “el deber de los hombres de ciencia estriba en pensar de forma abierta para crear, entre todos, una cultura moderna efectiva, que se enriquezca no solo de importantes conocimientos técnicos, sino también con ideas humanamente significativas”. Paralelamente, imaginé que el arte debería funcionar de la misma forma.

Este gran científico examina las consecuencias filosóficas de la biología genética. Su tratamiento científico-cultural y ético fue, precisamente, lo que le hizo marcar distancias con el resto de sus contemporáneos. Y me resulta fascinante la asunción que hace de las teorías científicas de su tiempo, procedentes de otros campos distintos al suyo. Para él, una mutación genética es “Un acontecimiento cuántico al que se le aplica el principio de incertidumbre.

Monod fue de los primeros en hablar abiertamente de contradicción, de fluctuación y de imprecisión en los procesos científicos. La única posibilidad, para pronosticar algo con toda concreción, es predecir todas las posibles soluciones o eventos que puedan surgir de un hecho.

Después de asimilarlo, llegué por el camino más corto a la conclusión de que ni tan exacta es la ciencia ni tan sublime el arte ni tan controvertida la filosofía.

A modo de epílogo, como tratante de sueños que soy, me estimulará acabar este acto de hoy compartiendo con ustedes…

…Que la memoria y la conciencia se construyen sobre fenómenos estadísticos.

…Que hay correlaciones muy directas entre los estudios metodológicos en torno al espíritu del ser humano, la investigación científica y el arte.

…Que hay mentes tan destacadas dentro del Arte como la de Hans Holbein el joven, capaz de plantar en 1533 una anamórfosis de la muerte en mitad de “Los embajadores”, una clásica pintura de personajes bien posicionados en la Europa de su tiempo. Esa calavera extrañamente distorsionada fue un misterio indescifrable durante 400 años, hasta que el historiador lituano Jurgis Baltrusaitis consiguió interpretar ese enigma.

…Que las imágenes que construimos en nuestro cerebro, acerca del Universo, son elucubraciones, puras actividades visionarias.

…Que haya artistas capaces de crear obras tan concluyentes como el “Molde del Espacio que hay debajo de mi silla”. Bruce Nauman, 1966-1968.

…Que la ecuación cuántica perfecta, cuando se formule definitivamente, pasará a ocupar un espacio muy similar al que ocupó en su tiempo el Santo Grial.

…Que el físico danés Niels Bohr, famoso por su contribución al estudio de la estructura de los átomos, encontró su inspiración en la pintura cubista de Picasso y Braque, lo que le permitió reconocer la naturaleza dual de los electrones como ondas y como partículas.

…Que los vacíos cósmicos son maravillosas estructuras de pensamiento a partir de la física y las matemáticas. Sin ir más lejos, el Acantilado Kuiper, que lo tenemos al final de nuestro Sistema Solar, después de pasar el Cinturón del mismo nombre, es una inquietante abstracción a la que he querido asomarme siempre, desde que conozco de su existencia, precisamente para descubrir cuál es el fundamento de nuestra excitación continua a partir del hecho artístico.

…Que “Canestra di Frutta” (Caravaggio, 1596) me haga perder el sentido cada vez que la contemplo.

…Que el reconocido científico Michio Kaku, formulador de una de las teorías de cuerdas más asombrosa, afirmó hace poco tiempo haber encontrado pruebas irrefutables de la existencia de una fuerza inteligente y desconocida por el hombre, que gobierna la naturaleza. Es decir, un concepto muy similar al que muchas culturas del mundo tienen de Dios, creador y rector del universo.

Muchas gracias.

Discurso de aceptación del título de Académico de la Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Sebastià de les Illes Balears.         Título:  Hubo un tiempo en que creí que el Arte era mi casa.       Antes de sumergirme en este procedimiento escolástico, quisiera precisar que me hubiera sido mucho más cómodo hablarles, sin ir más lejos, de mi admiración congénita por el Maestro dell'Osservanza; trazar una acalorada defensa sobre la tan discutida utilización de la cámara oscura en la obra de Johannes Vermeer; o situarles ante la primera instalación escultórica de la historia, en la Cueva de Bruniquel, al sur de Francia, elaborada a conciencia por los Neanderthales hace 175.000 años. Pero, para ser honesto, mi discurso de hoy versará sobre aquella zona de mi trabajo que no se ve y que en ocasiones tampoco se intuye. Les hablaré sobre fundamentos estructurales, porque no todo en arte está vinculado o proviene de la exaltación del yo, la inspiración bucólica, el ímpetu gestual o los devaneos atribuidos al influjo de fuerzas misteriosas. Hay mucho más donde profundizar: las firmes creencias, la investigación y el estudio concienzudos, la estructuración metódica de las ideas y la organización sistemática de los procesos de trabajo. El ejemplo más claro lo encontramos en el cine. ¡Cuánta programación, cuánto método, cuánta estructuración, precisamente para expresar lo sublime de las emociones!
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Recibiendo la medalla honorífica y el acta de ingreso
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