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Museu Es Baluard, 2011 18 April 2011
Mi otro yo con algunas contradicciones
Mi otro yo
Veintidós años desde mi primer viaje a África y no había caído en la cuenta de lo que tenía entre manos. Sin otra finalidad que el disfrute personal y familiar, durante esos años había ido almacenando cientos de buenas imágenes y también objetos, hasta que una serie de circunstancias concurrentes me obligaron por fin a tomar una afortunada determinación. Reconvertiría todo ese universo íntimo en un proyecto artístico factible. Y lo mostraría en público, no para acreditar de forma vanidosa las “aventuras” vividas, sino para explicitar, mediante pruebas fehacientes, que existen –al menos artísticamente- otras áfricas posibles, al margen de los egos insanos y de la retórica social establecida en torno al tema.
El trasfondo o la tendencia exótica de cualquier iniciativa artística puede resultar un arma de doble filo, una trampa para el artista. De hecho, en el plano de la creatividad, tanto en literatura como en artes plásticas sucede de este modo con demasiada frecuencia. Con el paso del tiempo y al calor de la comodidad, por regla general los autores contemporáneos se han ido exigiendo cada vez menos en el plano deontológico. Lo acostumbrado es dejarse abducir, en unos casos, por la fascinación de las formas insólitas, el color exuberante y un entorno cautivador, no siempre aborigen; y en otros por ese drama continuo, que tiende a la caridad cristiana, y que no siempre coincide con la verdadera realidad de todo un continente. Arrastrados de este modo por la potencia intrínseca de esa belleza esclava, amparándose en los beneficios sociales de un anecdotario recurrente, de una serie de tópicos en apariencia inamovibles, de una formulación –ambiguamente- humanitaria y de un desarrollo estético fácilmente plausibles, suelen ahondar uno tras otro en los vicios de este tipo de representación, de querencia remota.
No sin ciertas dudas, después de haber sopesado pros y contras, a finales de febrero de 2010 diseñé una estrategia de hechos consumados para mi segundo viaje a Gambia, donde aspiraba a poner ciertos puntos sobre algunas íes. Esto, unido al hecho de que ya tenía una pica puesta allí, gracias a mi amistad con Caramo Fanta, joven artista hispano-gambiano, hizo que dicha pretensión se tornara cada vez más verosímil.
Conocía sus pinturas, pero no sabía apenas nada de su pasión por la fotografía. Encontrándome una tarde tras las evoluciones de unas cabras alrededor de una llanta abandonada, se me acercó Caramo para decirme: “Desde que te conozco, he estado fijándome detenidamente en tu manera de abordar la fotografía. Me dan envidia la facilidad, las maneras, la psicología que utilizas para relacionarte con las personas. Nueve de cada diez veces, a mí, por lo mismo, me dan con la puerta en las narices. ¿Sabes?, me encanta también hacer fotos, aunque las hago con el teléfono móvil, porque no tengo una cámara de verdad”. Nos sentamos a la sombra de un árbol a hablar del tema, y me fue enseñando parte de su producción creativa en el propio visor del teléfono. Eran unas fotografías diminutas, lo que de sí puede dar una cámara africana en píxeles, muy poca cosa, pero maravillosas en su concepción y, sobre todo, en su posterior desarrollo editorial. Phonephotography. Consideré un milagro el que pudieran obtenerse tan buenos resultados con tan pocos medios. Cuestión de talento, me dije. Algunas de las imágenes daban la impresión de ser daguerrotipos del XIX, aunque con una pátina tremendamente actual. Durante el visionado, me explicó: “Tengo una especie de Photoshop para celular. En temporada baja -de turismo-, cuando no hay trabajo, me siento a la sombra de este mango y las retoco a mi gusto”. En aquel instante me invadió una mezcla de ternura e interés desorbitado por descubrir mucho más de aquel personaje y de su potencial como artista. La mente se me abrió de par en par. Lo vi clarísimo y, sin pensármelo dos veces, a bocajarro le exhorté a que colaborara en mi proyecto africano, pese a su inexperiencia.
Al mes de nuestro último encuentro, las propias necesidades del proyecto le hicieron llegar a Caramo una cámara fotográfica y un ordenador para procesar su nuevo trabajo. El resultado de nuestra colaboración es un amplio compendio de ficciones convenidas, especiadas con ciertas esencias de perturbación, donde el blanco intenta hacerse respetuosamente un hueco en el negro y el negro, al mismo tiempo, en el blanco: Mi otro yo con algunas contradicciones.
Pese a la diferencia de edad, de conocimientos, de ubicación geográfica y de tantas otras cosas, al instante me había dado cuenta de que existía entre ambos un universo a compartir. (Caramo Fanta Camara nació en Lleida en 1986 y cursó estudios en el Colegio Episcopal de esta ciudad hasta los catorce años. Tras la muerte de su padre, fue trasladado de forma obligada a Gambia, junto a su hermano Kalifa, bajo el pretexto de pasar unas “vacaciones” y olvidar el drama. Allí le conocí yo en el año 2009, en Bakau, cuando llevaba nueve años apartado contra su voluntad de su ambiente, de sus amigos, de lo que había sido y continuaba siendo, espiritualmente, su vida.) Por su pasado español, mi amigo lógicamente tiene una predisposición innata a las costumbres y al pensamiento europeos, que ha mantenido vivos en todo momento como una llama sagrada a la que aferrarse, para sobrevivir a la confusión.
Pasado el primer sobresalto, después de haberle propuesto de forma sorpresiva que expusiera conmigo, me comprometí sin limitaciones a allanarle el camino de vuelta a España. Después de una noche en vela, al día siguiente Caramo me garantizó que estaba realmente dispuesto a dejarlo todo, con tal de aprender; de poder adentrarse y profundizar en aquello que más ama: el arte.
Antoni Socías