África Un tipo muy espléndido
Los habitantes de Gambia, y muy en especial los de la zona de Senegambia, no lo tienen ya tan claro. Pese a que su presidente continúa instalando vallas publicitarias y ordena pintar murales auto-elogiando su actividad político-social benefactora, una gran mayoría ha comenzado a tener la mosca detrás de la oreja. El trasfondo caritativo hacia su pueblo, que albergan todos esos mensajes del político, alrededor de las obras de progreso de su gobierno, comienza a estar cuestionados entre los círculos familiares.
Dicho malestar comenzó gestarse los últimos días del mes de julio de dos mil nueve. Fechas en las que se celebraba el décimo quinto aniversario de la subida al poder de Yahya Jammeh, tras perpetrar un golpe de estado. Los fastos comenzaron a adquirir un tinte muy especial en el momento en que anunció su presencia Muammar el Gadhafi. Jammeh y Gadhafi son viejos amigos; y Gambia le debe mucho a este último ya que, desde que subió al poder Jammeh, regala periódicamente al ahora país anfitrión barcos repletos de petróleo, además de otras menudencias, propias del estilo imperialista norteafricano. El líder libio, barba de cuatro días, con el semblante entre aburrido y altivo, cabezada a un lado, cabezada al otro, asistió a todos y cada uno de los actos oficiales; actos que la televisión gubernamental retransmitió en directo y en diferido, durante una semana y a todas horas del día.
Gadhafi se alojaba en la Avenida Senegambia, un eje en el que se ha posicionado toda la burguesía gambiana y que también es paso obligado a toda la zona turístico-residencial de este país. Le había alquilado a la mujer más rica del país un chalet de grandes proporciones para, como es privativo en él después de haber hecho el gasto, acabar plantando su haima en el jardín. Como él mismo dice, no hay nada mejor que la haima para conciliar el sueño.
Para su desplazamiento y el de todo su séquito, se trajo por carretera desde Libia una flotilla de ochenta todoterrenos y cuatro Hummers descomunales, con apariencia de limusina extra larga y traseros de ranchera. Con tal motivo, tuvieron que ser habilitados en torno a la vivienda varios parkings y una extensa red de vigilancia suplementaria, lo que ocasionó serios problemas a la población circundante. Al final, los vehículos fueron regalados por el siempre generoso gobernante al presidente Jammeh y a su gobierno, mientras que los libios regresaron a casa en varios aviones.
Como medida de seguridad y sin aviso previo, la policía estatal cortaba la circulación de todas las carreteras en treinta kilómetros a la redonda de la vivienda temporal, o del lugar donde se iba a celebrar o donde se había celebrado un acto oficial. Lo que resultó una verdadera pesadilla: todo dios quieto a un lado de la carretera, esperando pacientemente con veinte minutos de antelación a que pasase aquel séquito fugaz y desproporcionado. Y así, una y otra vez, durante cinco días y medio.
Cada vez que Gadhafi salía del chalet, dedicaba unos minutos de su tiempo a repartir billetes de cincuenta y cien dalasis -la moneda local- entre el gentío apostado en las inmediaciones. La población asistía con entusiasmo desenfrenado a aquellos actos de beneficencia consagrada. Muchos fueron los que se instalaron a vivir bajo los árboles cercanos, esperando tener suerte cuando que el cielo libio se abriera de par en par para distribuir sus dádivas.
Y ahí es precisamente cuando entra en escena realmente nuestro protagonista local. Presidente ahora cuestionado, después de que el otro le pisara su terreno dándole donde más puede doler. Visto lo visto, Yahya Jammeh ha quedado ante los suyos como un tacaño y un miserable. El señor presidente se hacía pasar por un hombre magnánimo, ya que su costumbre desde los inicios ha sido también la de hacer regalos desde el coche blindado, cada vez que inaugura un local, una carretera o una escuela. Los suyos, sin embargo, no tienen tanto empaque y son mucho menos mediáticos que los del tipo de la haima. El espléndido de Jammeh les ha estado tirando galletas marías todos estos años que lleva en el poder. ¡Galletas marías!
A partir de ahora -la gente aprende rápido-, queda claro que nada volverá a ser lo mismo.