Naturaleza Muerta / Still life

1981-1997

Naturaleza Muerta

Still life

1981-1997

Naturaleza Muerta
| 145 x 430 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997

Dieciséis años arrastrándome por las carreteras para llegar hasta Naturaleza Muerta. Cientos y cientos de imágenes que fueron cayendo, una tras otra, en saco roto. No eran autónomas, les faltaba algo que no supe hasta más adelante qué era. Sirvieron con el tiempo, eso sí, para ir labrándome un método de trabajo muy concienzudo y particular. Al principio me dejé impresionar por las escenas; la sangre, las vísceras, los huesos partidos y sobre todo por las larvas devorando a la velocidad del vértigo me levaban de la mano. Aquellos macabros detalles determinaban de hecho frustradas situaciones estéticas sobre asfalto. Las fotografías tomadas me dejaban frío una y otra vez y, aún así, sabiendo que detrás de todo aquello debía de haber una riqueza que yo no sabía interpretar todavía, continué adelante.

Y fue en Milán, en la Pinacoteca Ambrosiana, contemplando la inigualable Canestra di Fruta de Caravaggio, cuando se me encendió la bombilla. Para que aquellos bodegones tuvieran vida propia y una actitud verdaderamente personal, al margen de la perseverancia y de las anécdotas formales que sobrevolaban obviamente por encima de ellos, debían de ser elaborados paso a paso sobre el terreno, al ritmo que me iban marcando los gusanos.

Una mañana de julio llené la parte trasera de mi furgoneta con múltiples cachivaches, me compré un par de triángulos para demarcar las peligrosas zonas en las que iba a ejercitarme como bodegonista, cargué también con una alfombra vieja, para poder tumbarme cómodamente sobre ella, y partí hacia el noreste de Mallorca con el ánimo renovado y nuevas ideas.

Las vivencias que se sucedieron en esta nueva etapa, al margen de valores y estéticas, no tienen desperdicio. Algunos conductores paraban sus vehículos en la cuneta, después de haber girado varias veces en redondo y vuelto y revuelto sobre su trayectoria inicial, y se acercaban a mí para observar de cerca la fiesta. Después de un rato de pulular a mi lado me preguntaban, lógicamente, qué coño estaba haciendo tantas horas tirado en aquella curva observando animales muertos. Preparo escenas y luego las fotografío, les contestaba lacónico, dando por supuesto que, si me explayaba más allá de esas palabras, me tomarían por un tarado. ¡Gente hay para todo, sí señor!

Se me acercaban también policías de trafico para pedirme la documentación y los papeles del vehículo, y no era hasta entablada una tibia conversación sobre el tiempo o las circunstancias sociales más inverosímiles, dado que todo estaba en regla, cuando dejaban caer su sorpresa para con mi labor en tierra. No olvide nunca poner los triángulos, es muy arriesgado lo que hace.

En una ocasión casi me da un infarto; me saltó desde atrás un perro y se me llevó el conejo muerto con el que estaba bregando.

Naturaleza Muerta forma parte de un conjunto de procesos de trabajo, como Rept-Ras o Sweet Home Cabaneta, que se han ido alternando en el tiempo y que, en algunas ocasiones, han convivido juntos.

Dieciséis años arrastrándome por las carreteras para llegar hasta Naturaleza Muerta. Cientos y cientos de imágenes que fueron cayendo, una tras otra, en saco roto. No eran autónomas, les faltaba algo que no supe hasta más adelante qué era. Sirvieron con el tiempo, eso sí, para ir labrándome un método de trabajo muy concienzudo y particular. Al principio me dejé impresionar por las escenas; la sangre, las vísceras, los huesos partidos y sobre todo por las larvas devorando a la velocidad del vértigo me levaban de la mano. Aquellos macabros detalles determinaban de hecho frustradas situaciones estéticas sobre asfalto. Las fotografías tomadas me dejaban frío una y otra vez y, aún así, sabiendo que detrás de todo aquello debía de haber una riqueza que yo no sabía interpretar todavía, continué adelante.

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Naturaleza Muerta... con cabeza (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con ajos (detalle)
| | 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con berenjena (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con zapatitos (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con copas (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con gato (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con botella (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
Naturaleza Muerta... con conejo (detalle)
| 65 x 100 cm | Fotografía analógica + esmalte sobre cristal | Antoni Socías, 1981-1997
37.CAC CRIATURAS

Acabo de despertar de un mal sueño y me encuentro en otro peor. Hace un sol de justicia. Recuerdo vagamente que algo interrumpió mi carrera, durante la noche, cuando regresaba a casa. Tengo la sensación de encontrarme tendido de mala manera, y eso no me gusta. Me siento húmedo, y al mismo tiempo seco como un desierto. Y vacío, muy vacío. Necesito beber.
Una extraña corazonada me dice que éste no es mi cuerpo de toda la vida. No sabría definir con exactitud qué me está pasando. Tengo la mente algo confusa. Y mi voluntad tampoco es, ni por asomo, la que corresponde. Quiero moverme y no puedo. Me conformaría con poder girar solamente el cuello hacia un lado, tan siquiera un ápice, para saber dónde me encuentro y qué está siendo de mí. Mi distancia focal es muy limitada, no alcanzará más allá del metro y medio; y mi ángulo de cobertura tampoco es bueno: Tengo la impresión de que solamente puedo ver con el ojo derecho.
Mi situación debe ser mucho más grave de lo que alcanzo a imaginar. Una enorme franja blanca viene a cruzarse por debajo del cuerpo; y encima de ella, justo delante de la cara, casi rozándomela, una especie de pequeño globo, con algo que bien podrían ser ramificaciones, se interpone en mitad de mi campo visual. ¡Hay que joderse! Detrás de esta bola, llego a vislumbrar un conjunto de hierbas secas, y detrás de ellas, al fondo, casi con toda certeza, aunque entre nebulosas, una carretera que limita a un lado por una pared de piedras. Ese es todo mi mundo por ahora.
Apenas si puedo notar la respiración. Y lo único que me alivia un poco de tanta tensión es esa ligera brisa en las entrañas. No acierto a comprender si será para bien o para mal; ni quiero saberlo. En todo caso, deseo reconfortarme pensando que una brisa tonificante es siempre algo de agradecer.
La mañana se ha levantado espléndida, todo hay que decirlo, y aunque no he podido dormir, por todos estos problemas que se ciernen sobre mí, la noche ha transcurrido de algún modo tranquila. He oído mucho ruido, y he visto muchas luces también. Varias veces he podido notar unas fuertes sacudidas en las patas traseras y en el rabo, pero no me voy a quejar, no estoy con fuerzas. Lo importante es que ha amanecido. Definitivamente, la noche no es lo mío, nunca lo fue.

¡Qué ha sido ese golpe! Por todos los demonios: me ahogooo. La cabeza me da vueltas. Algo en la garganta me impide tragar. Nada vuelve a ser como parecía que era. Mi confusión ahora es total. Este último topetazo me ha puesto patas arriba, o al menos esa es mi impresión: El cielo y la tierra se han puesto al revés, y recuerdo que sólo se ponen así cuando en casa me acarician el vientre. ¡Y mi cola!, ¿qué pasa con mi cola, dónde está? Mi amada cola; no percibo su dulce y confortable balanceo. ¡Que alguien me ayude!
Un bulto de color rojo se acerca desde el horizonte. Cada vez más rápido. Viene hacia mí. Mi cuerpo continúa sin apenas reaccionar, aunque me noto más lúcido que hace un rato. La humedad que ayer me envolvía ha desaparecido. Acabo de descubrir que lo de la brisa interior no eran alucinaciones mías. Tengo el vientre fuera de lugar; diría que abierto a lo que venga. El corazón en la boca. Y las costillas destruidas.
Esa cosa roja que venía a lo lejos acaba de perfilárseme en la única retina que me queda. Es un automóvil de los grandes y continúa en dirección a mí. Me pasará por encima si nada lo remedia, estoy seguro.
Acaba de pisarme. “El mal de las prisas”, que decía mi padre. “Nadie se para por nadie”. Mi cráneo ha dado una vuelta completa, y ahora reposa -es un decir- sobre mi lomo totalmente allanado. El paisaje, al que me había ya acostumbrado, ha vuelto a cambiar de perspectiva. Qué mareo, con tanto trajín. Huele fatal. El zumbido de las moscas, que se ceban sobre mí, se me hace insoportable por momentos, y yo, con el rabo extraviado, sin poder ahuyentarlas. Para mi desdicha, otra plaga, paralela a la de las moscas, se ha sumado a la fiesta de mis heridas. No hay dos sin tres. Son muchos y forman una microalgarabía desquiciante, que peregrina sin rumbo a lo largo y ancho de toda mi geografía corporal. Me entran por los oídos y me salen por la boca. Vuelven a entrar por la nariz y al poco tiempo me los noto en la otra punta. Como si fueran en fila india. Se me hace insoportable este cosquilleo que no cesa. No me había dado cuenta de lo que está oscureciendo y, al contrario que ayer, y en tiempo pasado, nada me importa mucho. Lo que son las cosas. Pienso que la noche y su silencio me ayudarán a hacer más llevadero este inesperado calvario.
De nuevo se ha hecho la luz y amanezco todavía más confundido que ayer. No sé cuántas horas, cuántos días, cuántas semanas llevo en esta situación. He perdido la cuenta. Hoy me noto más seco que un rastrojo. Sólo unas pequeñas protuberancias, y mi cabeza prominente, que se resiste con orgullo a olvidar su forma primera, dan cuenta de lo que fui. Los vehículos siguen pisándome, uno tras otro, y este cuerpo que fue otrora mío, lejos ya de sufrir por ello, cree estar acostumbrándose a su nuevo estado de sometimiento permanente. Son tantos los que abusan de mí... De puro aburrimiento, he dejado de apreciar los impactos. Los asumo como parte de este juego sin razón en el que me han metido, y continúo a la espera de no sé qué. Siempre había oído decir que uno se acostumbra a todo, y ahora puedo certificar que es muy cierto.
Un coche ha estacionado cerca de mi posición. Se acerca un hombre. Se para junto a mí. Da una vuelta a mi alrededor y me observa atentamente desde ángulos diferentes. Se agacha. Se levanta. Repite posturas y ademanes. Se tumba en el suelo. Apoyada la cara en él, me mira fijamente. Saca un objeto de su bolsa y me lo acerca. El objeto en cuestión brilla como el cristal, y puedo verme reflejado en él. Apenas sí puedo reconocerme, de no ser por la mancha blanca de mi frente y por el bigote cobrizo. Mi aspecto es, en verdad, deplorable. Mucho más de lo que había imaginado en el transcurso de esta pesadilla, que todavía continúa. El humano se ha puesto a hablar consigo mismo. Murmura. Está en lo suyo. No acierto a entender ni lo que dice, ni lo que hace. Continúa observándome a través del artefacto, que emite una especie de pitidos, cada vez más intensos, cada vez que lo aprieta con los dedos. Ahora el tipo se pone en pie, me mira desde arriba, como cuando llegó, y se da la vuelta. Se aleja sobre sus pasos. Se introduce en el vehículo, y desaparece.
He vuelto a quedarme solo en este lugar tan concurrido -a ráfagas- como inhóspito. Absorbido por la tierra y el asfalto.
Necesito agua, mucha agua, más agua que nunca en la vida. No me extrañaría que estuviera muerto, pero... ¿cómo voy a saberlo, si nunca antes lo he estado?

Acabo de despertar de un mal sueño y me encuentro en otro peor. Hace un sol de justicia. Recuerdo vagamente que algo interrumpió mi carrera, durante la noche, cuando regresaba a casa. Tengo la sensación de encontrarme tendido de mala manera, y eso no me gusta. Me siento húmedo, y al mismo tiempo seco como un desierto. Y vacío, muy vacío. Necesito beber.

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