Verdades como puños
Desierto · Galería Rafael Ortiz · Sevilla · enero-febrero 2007
La muestra se basa en dos viejas verdades: el arte no es un narcótico, sino un ejercicio de inteligencia, y no está aislado de la sociedad.
Muchos creen que el arte socialmente comprometido debe ser de fácil comprensión. Es un error que quizás arranque del arte entendido como agitación social, en las situaciones pre-revolucionarias del siglo XX, que más tarde se transformó en arte como propaganda, bien a favor del Estado revolucionario o de las opciones ideológicas cuando se afincaban en los parlamentos.
Pero el arte socialmente crítico es por sí mismo difícil: navega contra corriente, propone ideas alternativas a las de común circulación y habla sobre lo que usualmente se guarda silencio.
Éste es el caso de la muestra de Antoni Socías (Inca, Mallorca, 1955) en la galería Rafael Ortíz. La exposición tiene escasos elementos visuales: un gran mural compuesto por 30 rectángulos que contiene cada uno números de tres cifras trazados con spray, dos impresiones digitales (unas vistas aéreas de paisajes desérticos y una composición que coloca la cabeza del artista en un voluminoso cuerpo femenino), un video tomado en Kinshasa de varios fotógrafos de aquel país y una serie de cinco recipientes que contienen en su interior barro modelado, se dice, a puñetazos.
Pero esta reseña de la exposición es incompleta. Hay un elemento más, esencial: el texto del catálogo. En él, Socías medita sobre el arte en la sociedad española actual y sobre el arte y la sociedad española actual. Traza una suerte de esquema que pivota sobre seis grandes temas: el sistema del arte (del ideal de la creación al mercado, pasando por la Magna Pirámide, lugar donde el arte se integra en los poderes sociales), las actitudes de autores, críticos y público (del presunto genio al incansable repetidor de lo ya hecho), espacios donde se desarrolla la acción artística (desde el espacio reflexivo –poco visitado- hasta la thienda o los espacios de las instituciones), los discursos (con los que se disfraza la falta de ideas) y por fin, las posiciones a las que recurren los diversos actores ante semejante situación. Cada uno de estos apartados se desarrolla mediante entradas, como las de un diccionario, y con una poética adecuada y personal.
Las piezas expuestas no son sino ilustraciones del texto. Los reiterados números de tres cifras denuncian un ejercicio intelectual sin contenido; el barro trabajado a puñetazos remite a ese arte al que la espontaneidad sirve de coartada para no decir nada de interés, las fotos aéreas del desierto se refieren al que se extiende por la proliferación de medios de comunicación y el extraño autorretrato hace pensar en la difícil identidad del artista. El video, titulado Trans-desierto, muestra a una serie de profesionales de la imagen, algunos de considerable edad, que aún tienen deseos de aprender.
Cuando se ve en toda su intención, la propuesta de Socías ya no es difícil. Es dura. Un ejercicio crítico y autocrítico que vuelve a recordar dos viejas verdades: que el arte no es un narcótico sino un ejercicio de inteligencia y que no está aislado de la sociedad sino que vive en ella para bien o para mal. No es poco.