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Académie des Beaux-Arts de Kinshasa: Le Paysage Humain
15 January 2006

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Académie des Beaux-Arts de Kinshasa: Le Paysage Humain
15 January 2006

15 January 2006
Academia de Bellas Artes de Kinshasa
| Poster para la exposición "Le Paysage Humain" | Enero de 2006

Taller para profesionales de la fotografía / Exposición de fotógrafos españoles en la Academia de Bellas Artes

Taller Kinshasa

Santiago B. Olmo*

En la historia de la colonización y descolonización de África el caso de la República Democrática del Congo es un episodio de crueldad y de cinismo. El Congo fue ejemplo único de colonia privada en manos del rey Leopoldo II de Bélgica, que ejerció un poder absoluto y despótico, explotando marfil y caucho a través del trabajo forzado impuesto a la población. El territorio pasa a ser colonia belga a principios del siglo XX y tras una turbulenta independencia en 1960, Mobutu se hace con el poder desde 1964 hasta 1997. Autoritarismo, cleptocracia y despotismo, han lastrado la consolidación de una sociedad articulada y ha impedido el despegue económico de uno de los países más ricos y variados en recursos naturales del continente.

Actualmente el país atraviesa una frágil transición hacia la democracia a la espera de elecciones este mismo año.

Con este marco político el taller fotográfico realizado en Kinshasa en enero 2006, ha constituido una experiencia decisiva para poner de manifiesto como las relaciones entre artistas en proyectos específicos pueden dinamizar y potenciar cambios que implican ámbitos políticos en determinadas circunstancias.

Kinshasa es una ciudad de más de 5 millones de habitantes que ofrece un paisaje urbano desgastado e inseguro. Apenas se puede pasear por la delincuencia organizada y por la indefensión frente a la arbitrariedad de la propia policía. Si tenemos en cuenta que desde hace años los funcionarios del estado reciben sus salarios con irregularidad y retrasos, resulta más clara esa imagen de inseguridad y de abuso difuso. El espíritu de la cleptocracia por otro lado no ha perdido vigencia, a pesar de los cambios políticos y un puesto oficial puede ser considerado como una prebenda temporal que es preciso aprovechar para enriquecerse mientras dure. Las infraestructuras se han degradado hasta el punto de ser ya inservibles: el puerto de Kinshasa es un cementerio de centenares de barcos de transporte, que aún semihundidos constituyen un sobrecogedor barrio de viviendas permanentes, rodeadas de aguas insalubres donde no hay ninguna higiene; las carreteras son impracticables y los decrépitos ferrocarriles están reducidos a pocas líneas.

La dureza cotidiana de la ciudad contrasta con una vitalidad muy dinámica, que encuentra su dimensión más creativa en la música y en la danza, pero también en el teatro y el cine, que desempeñan el papel de narrativa central, tal y como ocurre en muchos otros países de África. La precariedad generalizada ha impulsado a orquestas y bandas a crear sus propios instrumentos con elementos de deshecho, por ejemplo botellas de plástico para hacer marimbas o contenedores metálicos para otros instrumentos de percusión. Un caso de éxito internacional en los últimos años es Konono, una banda liderada por Mawangu Mingiedi un virtuoso del likembé, una especie de piano acústico. Su disco Congotronics muestra uno banda que ha fundido sonidos electrónicos con percusión.

Lo teatral es consustancial a la ciudad: hay muchas compañías activas y en ese mismo plano puede considerarse a Les sapeurs, un grupo de “elegantes” imaginativos que realizan desfiles espontáneos por la calle vistiendo incluso abrigos, siempre de marca.

La fotografía ha sido un medio en el que se ha vehiculado una parte muy sólida de la creatividad congoleña, desde principios del siglo XX, partir del asentamiento en la Leopoldville colonial de fotógrafos africano: provenientes de África

occidental o de Angola, pero también belgas como Van Eyck o el polaco Zagourski que montaron los primeros estudios en la ciudad. A partir de la independencia son numerosos los estudios congoleños que abren, con un saber hacer que ha ido pasando de padres a hijo y nietos.

Dentro de las artes visuales, la pintura popular, que recoge escena cotidianas con humor satírico, utilizando elementos narrativos propios di las viñetas del cómic y cuyo exponente más significativo es Chéri Samba es quizás el ámbito expresivo más difundido y vital, ya que conecta muy directamente con la actualidad de los problemas cotidianos de la gente.

La fotografía, a pesar de haber sido un campo muy manipulado por el poder político como instrumento de propaganda, es un medio que ha podido canalizar la expresión de una mirada interna y reflejar críticamente lo problemas más allá del reportaje.

Hace unos años la crítica y curadora senegalesa N’Goné Fall realizó para Revue Noire un estudio sobre la fotografía en Kinshasa. El resultad de la investigación se presentó como exposición en los IV Rencontres de la Photographie Africaine de Bamako en 2001 bajo el título Fotógrafos a Kinshasa y simultáneamente se publicó un libro que ha tenido una gran difusión.1

Son muy numerosos los fotógrafos que regentan sus propios estudios y trabajan en el retrato de encargo, así como reporteros de actualidad o c deportes para periódicos y revistas; pero son muy pocos los que pueden además realizar un trabajo de carácter más personal y que por otro lado tenga un eco o una relevancia de visibilidad. En 1971 comienza el periodo de la “zairización”, léase “africanización” forzosa según el patrón de visión personal de Mobutu. Para los fotógrafos se imponen los criterios de una “autenticidad” reglamentada, más conectada con una cierta idea de propaganda que con una interpretación de la realidad. Mientras tanto escasean papeles, películas y químicos con lo que hacer fotografía se transforma en una resistencia a la precariedad.

Desde los Rencontres de la Photographie Africaines de Bamako, su director artístico Simon Njami, ha potenciado y estimulado la realización de talleres fotográficos en diversas ciudades africanas, como una metodología de trabajo, de investigación y experimentación, seguimiento formativo permanente y de búsqueda de nuevos valores. En su última edición los resultados de los talleres fueron las propuestas más valoradas.

Mientras calibraba esos resultados y hablaba con sus protagonistas en Bamako, yo mismo estaba preparando para

unos meses después un taller fotográfico en Kinshasa.

Uno de los aspectos más conflictivos para el taller era enfrentarse a una de las herencias más delirantes del dilatado dominio de Mobutu: desde los años setenta se prohibía hacer fotografías en todo el país de manera autónoma, todo hecho fotográfico estaba reglamentado y controlado por las autoridades, tanto en sus procedimientos básicos (movimientos del fotógrafo por el país o por la ciudad, objetivos del reportaje y acreditación de agencia o medio), como respecto a sus temas. La fotografía solo podía ser realizada conforme a las expectativas del régimen y debía reflejar la realidad propugnada por este, en su proceso de culto a la personalidad Mobutu. En 1968 cierra la agencia Congopress y las agencias internacionales dejan de operar en el país a causa de las restricciones impuestas por el gobierno, de modo que fotografiar se convierte en una actividad problemática cuando el fotógrafo sale del estudio y se sumerge en la calle. La policía le persigue al identificarle como a un espía. Un fotógrafo desprovisto de identificación oficial puede ser detenido en la calle, se le incauta tanto la película como la cámara, y en el mejor de los casos puede evitar ser golpeado o encarcelado. Incluso provisto de una autorización oficial existe ese peligro. La policía, cuyos destacamentos se alojan en precarios contenedores de mercancías repartidos por las esquinas de la ciudad y adaptados como habitáculos, detenta un poder total en la calle.

Los fotógrafos profesionales, incluso hoy día, deben acreditarse y obtener una autorización oficial del Ministerio del Interior para fotografiar, demostrando que han ejercido la profesión durante los últimos años mediante la presentación de publicaciones, revistas o periódicos en los que sus fotografías aparezcan firmadas. Sin embargo como por lo general prácticamente ninguna imagen aparece firmada, y los editores por otro lado no desean expedir certificados de publicación para no verse obliga- dos a pagar, la obtención de este carnet se convierte en una auténtica pesadilla para los fotógrafos independientes y solo a través de las asociaciones y sus tratos con las instancias gubernamentales es posible negociar cada dos años caso por caso.

Durante décadas Kinshasa, que era conocida bajo el sobrenombre de Kinla-Belle, por su posición junto a uno de los parajes más panorámicos y bellos del río, por su arquitectura y paseos, pero también por la vitalidad de sus gentes, su música y sus bares volcados hacia la calle cuando calor deja de apretar, ha sido fotografiada de tapadillo, a escondidas bajo la amenaza de una policía celosa de sus prerrogativas.

Durante los años 90 y hasta los primeros 2000, se suceden desórdenes callejeros cíclicos que adoptan la forma del

pillaje y el saqueo de enfurecidas por la miseria, y que están desprovistos de todo con político. Algunos de los estudios son destruidos sin piedad ni respe las turbas, y la desesperación del momento después es recogida en timonio de Kuhanuka FumuGilamba en 2001: “Mi peor recuerdo haber perdido bajo las llamas todo mi arsenal de combate: 10 cámaras, 2 cuerpos, una cámara VHS, 2 flashes, toda mi documentación y mis archivos acumulados a lo largo de mi carrera. Esta fecha del 23 de mayo 1997, fue para mí un mazazo sobre mi cabeza, cuyo golpe no soportar si no como la herida de una espada en mi corazón. Tengo una cabeza, dos brazos, dos ojos y una voluntad para rehacer todo lo perdido. Dios me ha dado el valor para volver a empezar desde la nada. La vida es también eso.”2

A pesar de los cambios políticos más recientes, (cambio de bandera e incluso de denominación, abandonando el nombre de Zaire) esta ley escrita pero implacablemente aplicada, había quedado vigente, y con efectos devastadores para la historia y su documentación: desde entonces fotógrafos congoleños habían realizado su trabajo con un perfil de intensidad muy bajo, circunscritos a la oficialidad y con una capacidad operativa muy estrecha para realizar una documentación cotidiana de la vida, costumbres y la calle.

De este modo el taller se convertía en una experiencia piloto que iba a permitir explorar el modo en el que podía abordarse el hecho fotográfico en contacto tanto con la población como con las estructuras policiales. Asimismo iba a permitir elaborar un listado de lugares, edificios públicos o instalaciones militares que debían permanecer catalogados como prohibidos, mientras se elaboraba un dossier ministerial de viabilidad para una fotografía liberalizada.

El taller había sido planteado como una iniciativa de la Embajada Española, con el concurso entusiasta del embajador español en Kinshasa José Pascual Marco. El evento coincidía con la presentación, en la Academia de Bellas Artes y las salas del Museo Nacional, de la muestra Paisaje Humano una selección de diez fotógrafos españoles, desde la idea de que era necesario generar un encuentro más directo con los fotógrafos congoleños en activo, tras tantos años de aislamiento. Se contó con el decidido apoyo del Ministerio de Cultura y del Ministerio de Turismo de la República Democrática del Congo, conscientes de que el propio taller era una ocasión para llevar al parlamento la propuesta de derogación definitiva de la prohibición, y por otra parte permitía involucrar a los profesionales de la fotografía en una participación activa en la transformación y apertura del país que se ha propuesto el actual gobierno provisional.

desde los años setenta se prohibía hacer fotografías en todo el país de manera autónoma, todo hecho fotográfico estaba reglamentado y controlado por las autoridades

La organización y dirección del taller estuvo a cargo de dos de los fotógrafos participantes en la exposición española, Valentín Vallhonrat y Antoni Socías, así como de quién suscribe este texto, en calidad de comisario de la exposición. Mientras tanto los participantes fueron seleccionados desde las cuatro asociaciones de fotógrafos profesionales que hay actualmente en Kinshasa. No se trataba solamente de jóvenes, muchos de los participantes tenían décadas de trabajo a sus espaldas, Como Kuanuka o Anicet Florent Labakh. El taller no tenía un trasfondoformativo, sino que se basaba en un intercambio de ideas, en un encuentro práctico y experimental, de cómo lidiar fotográficamente con una realidad a la que no se puede mirar libremente desde la cámara..

Para asegurar el buen resultado del taller fueron expedidos desde el Ministerio del Interior autorizaciones y acreditaciones personales a todos los participantes, y fieron asignados varios policías armados que se encargaron de la seguridad y coordinación con los destacamentos policiales presentes en las distintas áreas de la ciudad. La duración del permiso para fotografiar fue de un mes para permitir a los fotógrafos de Kinshasa proseguir su trabajo de una manera más libre y así poder contar con un cuerpo de imágenes que pudiera ser expuesta, y al a vez poder participar en un premio financiado por la Embajada Española y que recogiera una memoria actual de la ciudad como punto de partida de la recuperación de una hacer fotográfico para Kinshasa.

Por las condiciones de precariedad en la seguridad los problemas de movilidad en una ciudad en la que normalmente no se fotografía, se formó un solo grupo, y como resultado de las discusiones del taller se elaboró una obra colectiva, formada por 180 fotografías, que resumiera como es hoy la mirada de los fotógrafos congoleños sobre Kinshasa.

De este modo, acompañados por varios policías armados el grupo se desplazó por el laberinto del Mercado Central, un caótico laberinto puestos en los que se vende de todo, desde pescado, carne, condimentos o ropa, a colchones, herramientas o fruta, y en el que conviven las mercancías con grandes basureros improvisados. Otros lugares de trabajo fueron el Jardín Botánico, el cementerio de La Gombé, donde cada entierro se convierte en una fiesta y en una borrachera colectiva de los deudos, una fábrica de café, un hospital en construcción o uno de

los tantos barrios construidos de manera precaria que constituyen la complejidad urbana c Kinshasa. Las reacciones de la gente fueron tanto de temor como de expectación. Si por un lado preguntaban como era posible que hicieran fotos si estaba prohibido, por otro muchas personas pedían a los fotógrafos que les retrataran. La presencia policial desconcertaba, pero los primeros días fueron también de temor y sorpresa para los propios policías, que no se sentían totalmente seguros con el desempeño de la función de proteger a los fotógrafos. Todos teníamos miedo, y esa sensación de fragilidad extrema marcaba la experiencia.

Tras varios años de silencio y de actividad precaria, los fotógrafos de Kinshasa deciden durante el taller unir fuerzas entre las varias asociaciones y plantear un evento bienal que permita conocer sus trabajos más personales. El taller fue abriendo no solo una comunicación entre todos ellos, también fue planteando la importancia de una discusión y un debate abierto sobre la calidad de las imágenes, y como la colaboración y el equipo pueden ser herramientas con posibilidades de largo alcance en un ámbito creativo donde lo individual es sin duda la base pero donde la experiencia colectiva puede transformar de un modo más profundo. El resultado del taller va a ser presentado en varias ciudades del país a través de la red Cultural de Francia y constituye así una primera exposición de fotógrafos del Congo para ser vista en su propio país.

Este taller también ha permitido organizar una documentación de la ciudad de Kinshasa en un momento de transición política en medio de la prohibición de fotografiar, pero está contribuyendo a que la prohibición de fotografía pueda ser derogada, y que los propios fotógrafos construyan desde sus múltiples perspectivas una imagen para su ciudad, que hasta ahora era inexistente, incluso como un paisaje en panorama.

*Santiago B. Olmo es crítico y comisario independiente de exposición.

NOTAS

1.- N’ Goné Fall, Photographes de Kinshasa, Revue Noir, París 2001, Resumen en Mémoires Intimes d’un nouveau millenaire, IV Rencontres de Photographie Africaine, Bamako 2001 .

2.- Citado por N’Goné Fall

Taller Kinshasa Santiago B. Olmo* En la historia de la colonización y descolonización de África el caso de la República Democrática del Congo es un episodio de crueldad y de cinismo. El Congo fue ejemplo único de colonia privada en manos del rey Leopoldo II de Bélgica, que ejerció un poder absoluto y despótico, explotando marfil y caucho a través del trabajo forzado impuesto a la población. El territorio pasa a ser colonia belga a principios del siglo XX y tras una turbulenta independencia en 1960, Mobutu se hace con el poder desde 1964 hasta 1997. Autoritarismo, cleptocracia y despotismo, han lastrado la consolidación de una sociedad articulada y ha impedido el despegue económico de uno de los países más ricos y variados en recursos naturales del continente. Actualmente el país atraviesa una frágil transición hacia la democracia a la espera de elecciones este mismo año.
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CONTEXT FOR A FEAST Santiago Olmo* In the last few decades the contemporary artistic scene has tended towards an unprecedented technical flexibility, which has facilitated the appearance of intermediate plastic territory based on the integration of a range of techniques. These fields have been generated by the need to express the multiplicity of reality by making each medium or technique more specific. That is, for each medium, stressing specificity of meaning and significance. This is fundamentally a matter of specialising each medium of expression, which shows a determination to relinquish nothing while integrating everything into an overarching artistic project. Photography as a documentary medium is indeed different from photography used as a sketch, and painting to develop forms is not the same as painting as description. Artists have developed vis-à-vis their work and the available media the attitude characteristic of an entomologist, analysing and assessing the consequences of each movement or artistic proposal. All this involves constant reflection by artists on their own work, an analysis and selfcriticism with a view to demarcating and at the same time extending the sense of experimentation, of accumulated artistic experience and its links with everyday life. In short, artists express the intimate relationship between their work and the planes most closely linked to process—internal and existential processes and those involving theoretical discourse. The resultant technical versatility is not a haphazard affair; on the contrary, it entails a striving for precision and control, the rules of which are the basis of the project’s overall coherence. The various media—some traditional like painting, others linked to the application of new technology such as video, along with photography, asserting itself as an artistic medium independent of its documentary function—are seen as indispensable tools for artistic projects not bound to any one technique or obliged to be technically coherent. It is the artist’s own attitude that has become the main gauge of the coherence and effectiveness of any artistic undertaking. From this perspective, the coherence of existential and artistic intentions is to be found in existential and artistic attitudes. Antoni Socías belongs to a generation of artists which, having been educated in precise, clearly defined media and techniques, have opted for a more interdisciplinary, cross-cultural and hybridised outlook. This approach has made the idea of process pivotal in their work as they elaborate projects in which the accumulation of images and objects, the recycling of materials and works, gives rise to a cannibalistic outlook on reality. Other artists from the same generation, and above all artists that share this same sensibility, from different positions and due to a range of motives and concerns, include names such as Pep Duran, Perejaume, Carmen Calvo, Jaume Plensa, Jaume Barrera, Fernando Sinaga, Eugenio Cano, Jessica Stockholder, Jac Leirner, Eugenio Dittborn and many others, who also use accumulation and hybridisation to imbue their work with an unrelenting density of meaning, immersed in an idea of process. Precedents for this sensibility should be sought in the work of those rare artists whose methods have followed courses of radical experimentation that resist integration into any clearly defined movement. The work of Antoni Socías reveals unquestionable affinities and common wavelengths with artists as disparate as Richard Tuttle or Luis Gordillo. Luis Gordillo’s influence in Spain has been crucial in terms of his contribution both to painting and above all with respect to awareness of the artistic process. In the nineteen-seventies he introduced photography and photocopying into his work, applying the results to a pictorial perspective. Gordillo’s painting follows an essentially ‘gastric’ course, devouring and assimilating influences, cannibalistic in its sensibility and even in its thematic content, as in the approach to cycles such as ‘meanderings,’ labyrinths in the shape of canals and intestines which costume the painting. But the creative process during the execution of the work acquires a prominence unmatched among other artists: the picture emerges from the struggle of different forms to devour each other, which means that various paintings may both appear and disappear over a long, meditative process impassively witnesses, like an entomologist observing and analysing, the changes his own work progressively reveals to him. All these changes remain and are part of the work, but are concealed in the final version. Of all the possibilities one always predominates, but within the germs of its variations. Each picture grows and develops like a human life, wide open at the beginning, but with possibilities that diminish in number as growth proceeds. Richard Tuttle on the other hand, has worked on the fragility of processes through collage, constructing objects and artifacts of ephemeral appearance which fall somewhere between painting, sculpture and installation. Processes in his work integrate objets trouvés and recycle leftovers and fragments. The work of Antoni Socías is based on the creative process and its formal and theoretical convolutions, incorporating humour, irony and implacable self-criticism. Since the late eighties, Antoni Socías has used the term ‘accretion’ to define his own methodology. The dictionary defines this term as a way of causing a particular body to grow by the addition of other elements. It is used in science to describe biological or physical growth processes, from which certain ‘cannibalistic’ characteristics are not excluded. Processes in Socias’s work involve the use of collage, he appropriates and manipulates his own and other people’s objects and images, using materials from his living and working environment, and even his own works and the photographic archive documenting his artistic output as raw material for the generation of new works. A work is its own process. Socías’s works usually refer back to previous works, and a subtle link of dependency forms between them, revealing a long process of gestation. When the complexity of these developments is viewed in perspective one sees exactly the meaning and significance progressively acquired by his new works; it is a bit like studying the requirements of a digestive process. In the nineteen-seventies and part of the eighties Antoni Socías worked in the field of painting. In those years his reflective and analytical disposition led to experimental projects such as Silenci Bàsic (Basic Silence), a pictorial installation in a number of coves in Majorca where, in the company of a group of friends, he painted some of the most emblematic rocks of the landscape. The painting represented a progressive path towards silence in the face of nature, and from then on it became the terrain for an investigation in which the main tool was to be photography. One project crucial to this development was to be Resnou (NothingNew, 1989) undertaken in collaboration with the photographer Luís Pérez Mínguez on a journey that both made across the United States. The result was a huge photographic fresco, a journal of a surrealist journey made up of diptychs in which images of disparate but complementary meaning and significance were fitted together. Photography began to be integrated into painting, and painting into photography, stressing the idea of accretion. Parallel open cycles of ironic and humorous images emerged that contained a large dose of criticism, grouped under the incisive yet ambiguous title Escenas costumbristas (Costumbrist Scenes), which moreover refer back to Socias’s photographic work of the seventies. The creative process explains the work, and perhaps because it constitutes one of the most substantial aspects of the work itself, it ends up integrated into and confused with it. The creative process is thus a vital part of the perceptive climax which allows us to penetrate the intentions and attitudes contained within a work. The creative process enables the artist to share the light and shade of the creative moment with the spectator. It enables us to speak about art, but also and above all about life, without a gulf of separation or dissociation forming between them. The creative process reflects life. And like life, a work accumulates imprints, leftovers, objects and memories. Forty Seven + 1 (1996), stretching over a length of 30 metres, is a kind of log of the materials which served to supply a creative process which served to supply a creative process which is at once the subject and the work. This piece was prefigured by One Hundred (1998-1995), in which the artist offers a systematic daily record of materials and references spread over a series of one hundred identically-sized sheets of paper. Media are mixed in the works of Antoni Socias because each idea has its own vehicle of expression. Thus various media providing the desired registers may be not only alternated and used simultaneously but also interwoven and integrated into a single work. Media range from painting, photography, objets trouvés, sculpture and installations… to the short story. As occurs for example in 99 cacahuetes y mi madrina (99 Peanuts and My Godmother, 1997), in which 99 images of this nut are accompanied by 99 stories, which describe processes of sensibility in everyday contexts. These stories bear the distinctive influence of Italo Calvino in terms of the perspective that characterises their outlook. Moreover, the stories reflect a viewpoint parallel to Escenas costumbristas, in a contrast in which they represent respectively the analysis and synthesis of an outlook which is both uninhibited and, above all, committed to humour. No language competes which any other and no hierarchies are established; on the contrary, diversity complements itself. The creative process reveals two antagonistic but ultimately reconciled principles: ordering chaos, and introducing chaos into order. For example, Justificación derecha (Right Hand Justification, 1998) orders the remains of the creative process, discarded materials left over from other works, as a text or a vast visual poem. Chabola (Shack, 1989) is a piece that anticipates later process-centered methodologies: the photograph is partially covered by pieces of wood from its own packing crate that prevent the eye taking in the image and thereby ensure that the work is perceived as an object. The temporal and unlimited aspect of accumulation in the creative process provides a great density of significance and meanings, defining the open nature of a work. Open essentially vis-à-vis itself. Antoni Socías creates a plastic discourse wholly devoted to his own work by means of a cannibalistic and self-cannibalising procedure. Just as life absorbs, integrates and devours stimuli, perceptions, sensations and objects, his artistic process integrates all these materials plastically from a starting point of formal diversity. The creative process in his works takes on the body of another work via its remains and discarded fragments. It is a recycling of what is left over. But the finished work also becomes the material and metaphor for an unending process of relentless self-cannibalising. Like Saturn devouring his sons, Antoni Socías destroys paintings and photographs to recompose, on the basis of their fragments and leftovers, new works in a new order. This method gave rise to 2034 cuadrados (2034 Squares, 1994-1995), made up of 2034 squares measuring 10 x 10 cm taken from pictures executed over the ten previous years and restructured in 8 panels; and Emiliano (1997) consisting of 12 panels made out of fragments of exercises and charcoal drawings produced during his time at the Barcelona Academy of Fine Arts. In Slides & Sheep / Second Life (1978-1998) slides from the artist’s personal archive (originals, duplicates and spares) conceal and reveal photos and works on paper which are a backdrop for a collage of white, black and grey slide frames. The fragments form a palimpsest. Nothing escapes Antoni Socías’s compulsive voracity: destruction always entails construction and creation. A metaphor for the artist’s cannibalistic attitudes is offered by Maquinaria (Machinery, 1986), two ground-level sculptures representing great toothed mouths, open and ready to devour all that may fall into their jaws. Antoni Socías’s ‘cannibalistic’ attitudes proceed on two levels, both closely related to the artistic process. On one hand, he cannibalises references from the outside world, from life (from his experience) and from contemporary culture, integrating procedures, techniques and media, along with materials, visual and theoretical perspectives and images, which are then voraciously devoured and recycled in a complex intestinal process. On the other hand, he sets out to cannibalise his own work, destroying it in order to recreate it in an unending process which is ultimately the key to his work: accumulation, density, recycling and self-cannibalising. Some of these attitudes are described metaphorically and expressed in the form of irreverent aphorisms in the zany cartoon story El hombre que se comió a sí mismo, y lo que pasó dentro (The Man Who Ate Himself, and What Happened Inside) by the cartoonist Pere Joan, a long-standing friend of Antoni Socías. The story tells how a man sets out to systematically eat himself, piece by piece. First his fingers, then his toes, an arm, his legs… until he finally eats himself up. Scenes in which the character eats himself and simultaneously ponders on what is happening run parallel to events in his stomach as the various parts of his body arrive to be digested. His gastric juices reflect on the contradictions of having to break down and absorb parts of their own body, and the self-cannibal adds asides of a philosophical nature. Cannibalism, even as a metaphor, can represent a way of life, a way of learning. ‘Know yourself… eat yourself,’ says ‘the man who ate himself’ to his image in the mirror. Antoni Socías operates by devouring himself to construct and simultaneously dismantle his work, in order to carry to its logical conclusion an analysis which enables him to get to know more thoroughly the reality he experiences and to understand why it is precisely as it is. ‘We are what we eat,’ our self-cannibal character says once again, but inevitably we eat, we devour, what we become, that is one of the basic rules of the cannibalistic spirit. Socías turns upon himself with almost onanistic persistence, but he is not a nave-gazer. Quite the opposite: his objectives seem to lead to a breaking down of any self-worship and to an artist’s self-criticism and permanent dissatisfaction vis-à-vis his work. When a work turns on itself, on its past, on its process, it acquires a reflective density rich in significance and open to many possible readings. This form of self-cannibalising seems to contradict one of the first aphorisms of Oswald de Andrade’s Manifesto Antropófago (Cannibalistic Manifesto): ‘I am only interested in what is mine. The Law of man. The Law of the cannibal.’ However, Antoni Socías is equally interested in ‘what is mine’ and ‘what is not mine.’ Such a refined taste for devouring oneself entails having learnt to devour others, to voraciously devour reality. Santiago Olmo Originally published in the exhibition catalogue Antoni Socías. España en la XXIV Bienal Internacional de São Paulo in 1988.
CONTEXT FOR A FEAST Santiago Olmo* In the last few decades the contemporary artistic scene has tended towards an unprecedented technical flexibility, which has facilitated the appearance of intermediate plastic territory based on the integration of a range of techniques. These fields have been generated by the need to express the multiplicity of reality by making each medium or technique more specific. That is, for each medium, stressing specificity of meaning and significance. This is fundamentally a matter of specialising each medium of expression, which shows a determination to relinquish nothing while integrating everything into an overarching artistic project. Photography as a documentary medium is indeed different from photography used as a sketch, and painting to develop forms is not the same as painting as description. Artists have developed vis-à-vis their work and the available media the attitude characteristic of an entomologist, analysing and assessing the consequences of each movement or artistic proposal. All this involves constant reflection by artists on their own work, an analysis and selfcriticism with a view to demarcating and at the same time extending the sense of experimentation, of accumulated artistic experience and its links with everyday life. In short, artists express the intimate relationship between their work and the planes most closely linked to process—internal and existential processes and those involving theoretical discourse. The resultant technical versatility is not a haphazard affair; on the contrary, it entails a striving for precision and control, the rules of which are the basis of the project’s overall coherence. The various media—some traditional like painting, others linked to the application of new technology such as video, along with photography, asserting itself as an artistic medium independent of its documentary function—are seen as indispensable tools for artistic projects not bound to any one technique or obliged to be technically coherent. It is the artist’s own attitude that has become the main gauge of the coherence and effectiveness of any artistic undertaking.
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| 22 x 14 x 4 cm | Fotografía analógica plastificada + candado | Antoni Socías, 1989
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| 22 x 14 x 4 cm | Fotografía analógica plastificada + candado | Antoni Socías, 1999
Etiqueta Escena Costumbrista Jinete__Ref. 33_02-93
| 22 x 14 x 4 cm | Fotografía analógica plastificada + candado | Antoni Socías, 1999
Etiqueta Portugal Palomas__Ref. 10A_35-90
| 22 x 14 x 4 cm | Fotografía analógica plastificada + candado | Antoni Socías, 1999
Etiqueta Punta Galera__Ref. 27A_04-89
| 22 x 14 x 4 cm | Fotografía analógica plastificada + candado | Antoni Socías, 1999
2003 / 13
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 1
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 3
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 7
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 11
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 8
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002
2003 / 4
| 30 x 45 cm | Fotografía digital procedente de negativo | Antoni Socías, 2002