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Académie des Beaux-Arts de Kinshasa: Le Paysage Humain 15 January 2006
Taller para profesionales de la fotografía / Exposición de fotógrafos españoles en la Academia de Bellas Artes
Taller Kinshasa
Santiago B. Olmo*
En la historia de la colonización y descolonización de África el caso de la República Democrática del Congo es un episodio de crueldad y de cinismo. El Congo fue ejemplo único de colonia privada en manos del rey Leopoldo II de Bélgica, que ejerció un poder absoluto y despótico, explotando marfil y caucho a través del trabajo forzado impuesto a la población. El territorio pasa a ser colonia belga a principios del siglo XX y tras una turbulenta independencia en 1960, Mobutu se hace con el poder desde 1964 hasta 1997. Autoritarismo, cleptocracia y despotismo, han lastrado la consolidación de una sociedad articulada y ha impedido el despegue económico de uno de los países más ricos y variados en recursos naturales del continente.
Actualmente el país atraviesa una frágil transición hacia la democracia a la espera de elecciones este mismo año.
Con este marco político el taller fotográfico realizado en Kinshasa en enero 2006, ha constituido una experiencia decisiva para poner de manifiesto como las relaciones entre artistas en proyectos específicos pueden dinamizar y potenciar cambios que implican ámbitos políticos en determinadas circunstancias.
Kinshasa es una ciudad de más de 5 millones de habitantes que ofrece un paisaje urbano desgastado e inseguro. Apenas se puede pasear por la delincuencia organizada y por la indefensión frente a la arbitrariedad de la propia policía. Si tenemos en cuenta que desde hace años los funcionarios del estado reciben sus salarios con irregularidad y retrasos, resulta más clara esa imagen de inseguridad y de abuso difuso. El espíritu de la cleptocracia por otro lado no ha perdido vigencia, a pesar de los cambios políticos y un puesto oficial puede ser considerado como una prebenda temporal que es preciso aprovechar para enriquecerse mientras dure. Las infraestructuras se han degradado hasta el punto de ser ya inservibles: el puerto de Kinshasa es un cementerio de centenares de barcos de transporte, que aún semihundidos constituyen un sobrecogedor barrio de viviendas permanentes, rodeadas de aguas insalubres donde no hay ninguna higiene; las carreteras son impracticables y los decrépitos ferrocarriles están reducidos a pocas líneas.
La dureza cotidiana de la ciudad contrasta con una vitalidad muy dinámica, que encuentra su dimensión más creativa en la música y en la danza, pero también en el teatro y el cine, que desempeñan el papel de narrativa central, tal y como ocurre en muchos otros países de África. La precariedad generalizada ha impulsado a orquestas y bandas a crear sus propios instrumentos con elementos de deshecho, por ejemplo botellas de plástico para hacer marimbas o contenedores metálicos para otros instrumentos de percusión. Un caso de éxito internacional en los últimos años es Konono, una banda liderada por Mawangu Mingiedi un virtuoso del likembé, una especie de piano acústico. Su disco Congotronics muestra uno banda que ha fundido sonidos electrónicos con percusión.
Lo teatral es consustancial a la ciudad: hay muchas compañías activas y en ese mismo plano puede considerarse a Les sapeurs, un grupo de “elegantes” imaginativos que realizan desfiles espontáneos por la calle vistiendo incluso abrigos, siempre de marca.
La fotografía ha sido un medio en el que se ha vehiculado una parte muy sólida de la creatividad congoleña, desde principios del siglo XX, partir del asentamiento en la Leopoldville colonial de fotógrafos africano: provenientes de África
occidental o de Angola, pero también belgas como Van Eyck o el polaco Zagourski que montaron los primeros estudios en la ciudad. A partir de la independencia son numerosos los estudios congoleños que abren, con un saber hacer que ha ido pasando de padres a hijo y nietos.
Dentro de las artes visuales, la pintura popular, que recoge escena cotidianas con humor satírico, utilizando elementos narrativos propios di las viñetas del cómic y cuyo exponente más significativo es Chéri Samba es quizás el ámbito expresivo más difundido y vital, ya que conecta muy directamente con la actualidad de los problemas cotidianos de la gente.
La fotografía, a pesar de haber sido un campo muy manipulado por el poder político como instrumento de propaganda, es un medio que ha podido canalizar la expresión de una mirada interna y reflejar críticamente lo problemas más allá del reportaje.
Hace unos años la crítica y curadora senegalesa N’Goné Fall realizó para Revue Noire un estudio sobre la fotografía en Kinshasa. El resultad de la investigación se presentó como exposición en los IV Rencontres de la Photographie Africaine de Bamako en 2001 bajo el título Fotógrafos a Kinshasa y simultáneamente se publicó un libro que ha tenido una gran difusión.1
Son muy numerosos los fotógrafos que regentan sus propios estudios y trabajan en el retrato de encargo, así como reporteros de actualidad o c deportes para periódicos y revistas; pero son muy pocos los que pueden además realizar un trabajo de carácter más personal y que por otro lado tenga un eco o una relevancia de visibilidad. En 1971 comienza el periodo de la “zairización”, léase “africanización” forzosa según el patrón de visión personal de Mobutu. Para los fotógrafos se imponen los criterios de una “autenticidad” reglamentada, más conectada con una cierta idea de propaganda que con una interpretación de la realidad. Mientras tanto escasean papeles, películas y químicos con lo que hacer fotografía se transforma en una resistencia a la precariedad.
Desde los Rencontres de la Photographie Africaines de Bamako, su director artístico Simon Njami, ha potenciado y estimulado la realización de talleres fotográficos en diversas ciudades africanas, como una metodología de trabajo, de investigación y experimentación, seguimiento formativo permanente y de búsqueda de nuevos valores. En su última edición los resultados de los talleres fueron las propuestas más valoradas.
Mientras calibraba esos resultados y hablaba con sus protagonistas en Bamako, yo mismo estaba preparando para
unos meses después un taller fotográfico en Kinshasa.
Uno de los aspectos más conflictivos para el taller era enfrentarse a una de las herencias más delirantes del dilatado dominio de Mobutu: desde los años setenta se prohibía hacer fotografías en todo el país de manera autónoma, todo hecho fotográfico estaba reglamentado y controlado por las autoridades, tanto en sus procedimientos básicos (movimientos del fotógrafo por el país o por la ciudad, objetivos del reportaje y acreditación de agencia o medio), como respecto a sus temas. La fotografía solo podía ser realizada conforme a las expectativas del régimen y debía reflejar la realidad propugnada por este, en su proceso de culto a la personalidad Mobutu. En 1968 cierra la agencia Congopress y las agencias internacionales dejan de operar en el país a causa de las restricciones impuestas por el gobierno, de modo que fotografiar se convierte en una actividad problemática cuando el fotógrafo sale del estudio y se sumerge en la calle. La policía le persigue al identificarle como a un espía. Un fotógrafo desprovisto de identificación oficial puede ser detenido en la calle, se le incauta tanto la película como la cámara, y en el mejor de los casos puede evitar ser golpeado o encarcelado. Incluso provisto de una autorización oficial existe ese peligro. La policía, cuyos destacamentos se alojan en precarios contenedores de mercancías repartidos por las esquinas de la ciudad y adaptados como habitáculos, detenta un poder total en la calle.
Los fotógrafos profesionales, incluso hoy día, deben acreditarse y obtener una autorización oficial del Ministerio del Interior para fotografiar, demostrando que han ejercido la profesión durante los últimos años mediante la presentación de publicaciones, revistas o periódicos en los que sus fotografías aparezcan firmadas. Sin embargo como por lo general prácticamente ninguna imagen aparece firmada, y los editores por otro lado no desean expedir certificados de publicación para no verse obliga- dos a pagar, la obtención de este carnet se convierte en una auténtica pesadilla para los fotógrafos independientes y solo a través de las asociaciones y sus tratos con las instancias gubernamentales es posible negociar cada dos años caso por caso.
Durante décadas Kinshasa, que era conocida bajo el sobrenombre de Kinla-Belle, por su posición junto a uno de los parajes más panorámicos y bellos del río, por su arquitectura y paseos, pero también por la vitalidad de sus gentes, su música y sus bares volcados hacia la calle cuando calor deja de apretar, ha sido fotografiada de tapadillo, a escondidas bajo la amenaza de una policía celosa de sus prerrogativas.
Durante los años 90 y hasta los primeros 2000, se suceden desórdenes callejeros cíclicos que adoptan la forma del
pillaje y el saqueo de enfurecidas por la miseria, y que están desprovistos de todo con político. Algunos de los estudios son destruidos sin piedad ni respe las turbas, y la desesperación del momento después es recogida en timonio de Kuhanuka FumuGilamba en 2001: “Mi peor recuerdo haber perdido bajo las llamas todo mi arsenal de combate: 10 cámaras, 2 cuerpos, una cámara VHS, 2 flashes, toda mi documentación y mis archivos acumulados a lo largo de mi carrera. Esta fecha del 23 de mayo 1997, fue para mí un mazazo sobre mi cabeza, cuyo golpe no soportar si no como la herida de una espada en mi corazón. Tengo una cabeza, dos brazos, dos ojos y una voluntad para rehacer todo lo perdido. Dios me ha dado el valor para volver a empezar desde la nada. La vida es también eso.”2
A pesar de los cambios políticos más recientes, (cambio de bandera e incluso de denominación, abandonando el nombre de Zaire) esta ley escrita pero implacablemente aplicada, había quedado vigente, y con efectos devastadores para la historia y su documentación: desde entonces fotógrafos congoleños habían realizado su trabajo con un perfil de intensidad muy bajo, circunscritos a la oficialidad y con una capacidad operativa muy estrecha para realizar una documentación cotidiana de la vida, costumbres y la calle.
De este modo el taller se convertía en una experiencia piloto que iba a permitir explorar el modo en el que podía abordarse el hecho fotográfico en contacto tanto con la población como con las estructuras policiales. Asimismo iba a permitir elaborar un listado de lugares, edificios públicos o instalaciones militares que debían permanecer catalogados como prohibidos, mientras se elaboraba un dossier ministerial de viabilidad para una fotografía liberalizada.
El taller había sido planteado como una iniciativa de la Embajada Española, con el concurso entusiasta del embajador español en Kinshasa José Pascual Marco. El evento coincidía con la presentación, en la Academia de Bellas Artes y las salas del Museo Nacional, de la muestra Paisaje Humano una selección de diez fotógrafos españoles, desde la idea de que era necesario generar un encuentro más directo con los fotógrafos congoleños en activo, tras tantos años de aislamiento. Se contó con el decidido apoyo del Ministerio de Cultura y del Ministerio de Turismo de la República Democrática del Congo, conscientes de que el propio taller era una ocasión para llevar al parlamento la propuesta de derogación definitiva de la prohibición, y por otra parte permitía involucrar a los profesionales de la fotografía en una participación activa en la transformación y apertura del país que se ha propuesto el actual gobierno provisional.
desde los años setenta se prohibía hacer fotografías en todo el país de manera autónoma, todo hecho fotográfico estaba reglamentado y controlado por las autoridades
La organización y dirección del taller estuvo a cargo de dos de los fotógrafos participantes en la exposición española, Valentín Vallhonrat y Antoni Socías, así como de quién suscribe este texto, en calidad de comisario de la exposición. Mientras tanto los participantes fueron seleccionados desde las cuatro asociaciones de fotógrafos profesionales que hay actualmente en Kinshasa. No se trataba solamente de jóvenes, muchos de los participantes tenían décadas de trabajo a sus espaldas, Como Kuanuka o Anicet Florent Labakh. El taller no tenía un trasfondoformativo, sino que se basaba en un intercambio de ideas, en un encuentro práctico y experimental, de cómo lidiar fotográficamente con una realidad a la que no se puede mirar libremente desde la cámara..
Para asegurar el buen resultado del taller fueron expedidos desde el Ministerio del Interior autorizaciones y acreditaciones personales a todos los participantes, y fieron asignados varios policías armados que se encargaron de la seguridad y coordinación con los destacamentos policiales presentes en las distintas áreas de la ciudad. La duración del permiso para fotografiar fue de un mes para permitir a los fotógrafos de Kinshasa proseguir su trabajo de una manera más libre y así poder contar con un cuerpo de imágenes que pudiera ser expuesta, y al a vez poder participar en un premio financiado por la Embajada Española y que recogiera una memoria actual de la ciudad como punto de partida de la recuperación de una hacer fotográfico para Kinshasa.
Por las condiciones de precariedad en la seguridad los problemas de movilidad en una ciudad en la que normalmente no se fotografía, se formó un solo grupo, y como resultado de las discusiones del taller se elaboró una obra colectiva, formada por 180 fotografías, que resumiera como es hoy la mirada de los fotógrafos congoleños sobre Kinshasa.
De este modo, acompañados por varios policías armados el grupo se desplazó por el laberinto del Mercado Central, un caótico laberinto puestos en los que se vende de todo, desde pescado, carne, condimentos o ropa, a colchones, herramientas o fruta, y en el que conviven las mercancías con grandes basureros improvisados. Otros lugares de trabajo fueron el Jardín Botánico, el cementerio de La Gombé, donde cada entierro se convierte en una fiesta y en una borrachera colectiva de los deudos, una fábrica de café, un hospital en construcción o uno de
los tantos barrios construidos de manera precaria que constituyen la complejidad urbana c Kinshasa. Las reacciones de la gente fueron tanto de temor como de expectación. Si por un lado preguntaban como era posible que hicieran fotos si estaba prohibido, por otro muchas personas pedían a los fotógrafos que les retrataran. La presencia policial desconcertaba, pero los primeros días fueron también de temor y sorpresa para los propios policías, que no se sentían totalmente seguros con el desempeño de la función de proteger a los fotógrafos. Todos teníamos miedo, y esa sensación de fragilidad extrema marcaba la experiencia.
Tras varios años de silencio y de actividad precaria, los fotógrafos de Kinshasa deciden durante el taller unir fuerzas entre las varias asociaciones y plantear un evento bienal que permita conocer sus trabajos más personales. El taller fue abriendo no solo una comunicación entre todos ellos, también fue planteando la importancia de una discusión y un debate abierto sobre la calidad de las imágenes, y como la colaboración y el equipo pueden ser herramientas con posibilidades de largo alcance en un ámbito creativo donde lo individual es sin duda la base pero donde la experiencia colectiva puede transformar de un modo más profundo. El resultado del taller va a ser presentado en varias ciudades del país a través de la red Cultural de Francia y constituye así una primera exposición de fotógrafos del Congo para ser vista en su propio país.
Este taller también ha permitido organizar una documentación de la ciudad de Kinshasa en un momento de transición política en medio de la prohibición de fotografiar, pero está contribuyendo a que la prohibición de fotografía pueda ser derogada, y que los propios fotógrafos construyan desde sus múltiples perspectivas una imagen para su ciudad, que hasta ahora era inexistente, incluso como un paisaje en panorama.
*Santiago B. Olmo es crítico y comisario independiente de exposición.
NOTAS
1.- N’ Goné Fall, Photographes de Kinshasa, Revue Noir, París 2001, Resumen en Mémoires Intimes d’un nouveau millenaire, IV Rencontres de Photographie Africaine, Bamako 2001 .
2.- Citado por N’Goné Fall